Camagüey: rebeldía y leyenda
A las puertas de su medio milenio, la ciudad de Camagüey tiene muchas cosas que mostrar: sus enredadas calles, sus pequeños callejones -únicos en el país-, sus magníficas y señoriales iglesias, las armoniosas y a la vez extrañas plazas a las que se llega por múltiples vías y de las que no se sabe cómo salir si no se está bien orientado, y un sin número de edificaciones patrimoniales que le acrecientan el orgullo de los lugareños.
Pero también tiene enraizada la otrora villa de Santa María del Puerto del Príncipe la probada rebeldía de sus pobladores, a la hora de defender lo que consideraban muy suyo: el nombre de la ciudad, Camagüey, una voz aborigen que a estas alturas tiene varias interpretaciones, pero que llegó para quedarse y ni la real corte española, ni sus colonizadores, pudieron eliminar la del sentimiento criollo.
Camagüey, según varias acepciones, se toma de la leyenda del cacique Camagüebax, quien fue hospitalario al recibir a los colonizadores en su territorio, pero estos le dieron muerte y lo arrojaron desde la cima más alta de la Sierra de Cubitas, el Cerro Tuabaquey. Otros hablan del término Camagua, un arbusto silvestre de tierras bajas.
El topónimo Camagüey es una voz indocubana, perteneciente a la etnia Arahuaca, que habitó en la América del Sur y Las Antillas, de donde sobrevivieron hasta nuestros días voces como bohío, tabaco, caníbal, cacique, canoa, carey, sabana, hamaca, maíz caimán e iguana.
El historiador Ricardo Muñoz Gutiérrez refiere en su libro “Del Camagüey: historias para no olvidar”, cómo la metrópoli española quiso despojar a la comarca de su nombre aborigen, lo cual no fue aceptado por sus habitantes.
La historia recoge que en visita por la Isla en l756, el obispo de Cuba, Morell de Santa Cruz, refiere en un informe eclesiástico que los vecinos de la jurisdicción la nombraban “con el grosero nombre de Camagüey” y no con el que se le había designado, Santa María del Puerto del Príncipe.
La voz indocubana encontró respaldo en renombrados escritores de la época y se conoce que, desde la mitad del siglo XIX, los lugareños, en su correspondencia, llamaban a su tierra Camagüey y a sus habitantes camagüeyanos.
Gaspar Betancourt y Cisneros, “El Lugareño”, prominente figura del quehacer cultural y político de la región, puso también su granito de arena en esta porfía, al considerar públicamente que la ciudad no era “ni Santa, ni Puerto, ni Príncipe, sino Camagüey”.
El pueblo burló cuantas normas regían en documentos y disposiciones en la inmensa demarcación, y ejemplos se conocen en los torneos de pelota a principios de la década de 1890, en los que los equipos que participaban tenían como nombre los vocablos indocubanos: Yara, Jimaguayú, Tínima, Hatibonico, Habana y Camagüey.
A sólo un mes de finalizada la dominación española en la Isla, los camagüeyanos, rebeldes y porfiados como los que más, aprovecharon la ocasión para cambiar nombres que se avinieran con la colonización en su demarcación, fue así que la Plaza de la Reina pasó a ser Ignacio Agramonte; la Avenida de la Caridad, de la Libertad; la calle San Diego, José Martí; la Mayor, Salvador Cisneros; e Independencia la conocida como la Candelaria.
Con la instauración de la República, el 20 de mayo de 1902, los camagüeyanos lograron que el 22 de abril de 1903 la provincia fuera nombrada Camagüey y el 9 de junio, recibiera igual nombre el municipio cabecera, hecho que reafirmó el empeño de los pobladores de la comarca, quienes, entre las muchas formas para distanciarse de los españoles y sus autoridades coloniales, se hacían llamar, con orgullo y devoción: camagüeyanos.
Hoy, a sólo unos días de que la ciudad arribe a su aniversario 500, no hay nada que se disfrute con mayor orgullo entre los pobladores de esta extensa y rica región que con hidalguía se asienta en la barriga del Caimán, que en Cuba o en cualquier lugar del mundo nos digan camagüeyanos. (Foto: Archivo.)