El ciclón del 32 en la memoria de un sobreviviente
Más de una centuria en la vida de Luis Quintero Márquez no ha tachado dato alguno de aquel funesto evento meteorológico que convirtió en añicos la alegría vecinal en los asentamientos costeros de Santa Cruz del Sur, aquel 9 de noviembre de 1932. La violencia demostrada por el huracán frustró ilusiones, convirtiendo en agua y sal la tranquilidad anímica de los que lucharon por salvarse, pero no lo lograron, y los sobrevivientes.
“Yo nací en San Miguel del Junco, una de las colonias del central Francisco (hoy Amancio Rodríguez). Habían muerto mis padres y tres de mis hermanos. Como la familia era corta unas tías y un tío me trajeron junto con mi hermanito menor a vivir en el puerto de Manopla, perteneciente al central Macareño (hoy poblado Haití)”.
El joven apenas sobrepasaba los 17 años, sin embargo era capaz de hacer cualquier tipo de trabajo para apoyar el sustento hogareño. Así pasaron los tres primeros años colmados del arrobamiento causado por el paisaje marítimo.
“Nunca se me quitarán de la mente aquellos desagradables momentos. Cuando decidimos salir de la casa eran las ocho de la mañana. Había mucha ventolera. Uno de los puentes de la vía férrea estaba siendo destruído por las olas, ya a otros los había acabado… las traviesas de madera listas para ser empleadas en el ferrocarril flotaban peligrosamente arremetiendo contra las pocas moradas que por allí habían”.
La intención era llegar junto a la prole de Erasmo Leyva, un vecino, hasta la casa de madera, en cuyos bajos estaba ubicada la bomba de la miel. “Eran tan solo doce cordeles a transitar… nos aguantamos unos de otros desafiando el oleaje y las ráfagas de viento. Pudimos así caminar encima de un puente ubicado en la línea, aún en buen estado. Menos mal que la gente residente cerca del muelle de la Compañía había salido antes. Aquella zona se volvió intransitable”.
Una voz no lejana, a veces nítida, otras muy apagada, se escuchaba en medio del nefasto suceso. Alguien pedía ¡auxilio! “Puse en alerta al tío mío, a Erasmo y otro señor. Salimos en busca de la persona que debía encontrarse en mal momento. Era Ramón Barrios, a quien se le había trabado la pierna derecha debajo de un tanque de miel con capacidad para un millón de galones. El empuje del mar lo estaba tratando de derribar”.
“Nos propusimos salvar al hombre”, rememora Quintero. “Aprovechamos cuando venían las marejadas para palanquear con un pedazo de madera dura, y tratar de sacar al inspector del ingenio. Dejé a los demás en ese tira y encoge. Me ocupé entonces de halar con todas mis fuerzas a Ramón, y logré sacarlo, aunque por supuesto le quedó ese miembro inferior en carne viva, se le veía hasta el hueso… Cuando al cabo del tiempo lo volví a ver ya había mejorado. Siempre se mostró agradecido”.
El mar elevó el forcejeó en tierra firme. Su nivel crecía a ritmo vertiginoso, “y los aullidos del ciclón ya estaban arrancándole el techo al inmueble donde nos habíamos evacuado. Como Mario Chávez había venido hasta allí en un chalán junto a la familia, y se había marchado, cuando hubo posibilidad, para el batey, en un cigüeña del ferrocarril, aprovechamos ese medio. Los hombres nos dedicamos a empujarlo, mientras las mujeres y los niños se acomodaron en el interior. Fue fatigoso aquel avance, batallamos duro por encima de la vía férrea llena de agua y escombros, para hacer navegar el pesado chalán”.
Todo era riesgo. Cualquier cosa planeaba sobre sus cabezas. “Los árboles habían quedado peladitos. Un amasijo de hojas se enredaba entre nuestros pies. Suplicábamos en silencio por la salvación de todos durante los dos kilómetros recorridos, haciendo de tripas corazón, sin perder la fe”.
Extenuados, con los cuerpos entumecidos, la ropa empapada, sobre un agotamiento inmenso, Quintero y los parientes deciden quedarse en la casa de unos familiares residentes en la Colonia Loreto, mientras que “Erasmo llevó a los suyos para el cuartel de la guardia rural”.
Amargura sobre amargura
Luis traga en seco. La voz se le entrecorta. “Es que da mucha angustia recordar aquello. Ese huracán parecía mandado por el demonio. La gente de mi casa, yo, y muchísimas personas nos quedamos con la ropa que traíamos puesta, aunque lo más importante fue salvarnos”.
Cuando las fauces del meteoro y el mar dejaron de atormentar: “Vino la otra parte, diría, más dura, volver a reconstruir los hogares extirpados. Viví junto a las tías, el tío y mi hermanito menor 15 días en el interior de una grúa para estibar caña, hasta que hicimos la casa en el mismo lugar donde estuvo la otra”.
Las noticias llegadas desde Santa Cruz del Sur daban grima. “Yo diría extremadamente angustiosas. En Macareño no recuerdo que alguien hablara de alguna persona ahogada en ese lugar, pero de Santa Cruz sí. Se comentaba de montones de gente ahogadas donde quiera, estibas de palizadas encimas de los cadáveres. La guardia rural para evitar enfermedades le prendió candela a todo… No vi nada de eso, aunque de pensarlo se me enfría el cuerpo…”.
“Para los que logramos sobrevivir la amargura de ver tanto desastre nos mallugaba el alma. Aquellos que perdieron varios familiares o todos sus seres queridos, la amargura nunca se borró de su pensamiento”.
Ave rapaz no Paloma
Todos los partes que emitía Meteorología por los medios de difusión masiva acerca del estado del tiempo, específicamente en los primeros días del mes de noviembre del 2008, eran escuchado por todos los cubanos, sobre todo los santacruceños, por el peligro que representaba para este municipio ese huracán, “al que le pusieron por nombre Paloma, cuando fue de verdad un ave rapaz”, considera Quintero.
El anciano reside hace varios años a poca distancia del litoral costero en esta cabecera municipal en compañía de algunos de sus hijos y un nieto.
“Cuando se dio por sentado, acentúa, la proximidad del ciclón, enseguida comenzó la evacuación de todas las personas… nadie quedó por ahí regado. Por eso digo siempre: ¡Fidel es grande! En los gobiernos anteriores a ningún político se le ocurría amparar a nadie. Era sálvese quien pudiera. Puedo afirmarlo, pues ya he durado 103 años y pienso seguir tirando para alante He vivido bastante para ver todo lo que hace esta Revolución por el pueblo”.
“La familia me dejó a buen resguardo y regresó a la casa para organizarlo todo. El agua metió suciedad por donde quiera… El huracán destruyó la playa, pero no a sus habitantes. El estado le construyó enseguida unos apartamentos preciosos a los perjudicados, y un barrio de casas de madera llamado Paloma. Un nombre, esa vez, bien pensado.
Con agilidad no esperada el longevo se agacha cerca de una de las paredes del comedor: “Mire hasta ahí subió el mar. Como todo esto por aquí es playazo, el agua cogió medio metro, hasta le hizo estragos a los canteros de hortalizas en el patio… No nos desesperamos. Todo como siempre se fue recuperando. Nadie nunca desconfío en lo asegurado por Raúl”. (Radio Santa Cruz)