Economía global: caótico presente
Hace poco más de una década, los debates en el seno de la Organización Mundial del Comercio (OMC), deberían haberse centrado en la necesidad del desarrollo de las naciones menos favorecidas y el reconocimiento de las asimetrías existentes entre los polos más industrializados y las áreas tercermundistas.
No obstante, es evidente que dos lustros no han sido suficientes aún para que los grandes centros capitalistas de poder definan sus posiciones al respecto.
En todo caso, sus empeños claves solo han tenido como epicentro las exigencias al resto del orbe para que liberalicen sus economías en el peor sentido del término, y abran sus puertas de par en par a los capitales y productos llegados desde las grandes metrópolis, azotadas por demás, desde 2008, por la crisis productiva y financiera la cual todavía no muestra intenciones de ceder, todo lo contrario.
En los recientes debates realizados días atrás por la OMC, la representación de Cuba colocó otra vez sobre la mesa los aspectos claves que interesan a la mayoría de los pueblos del planeta, y tienen relación con su caótico presente y el logro de un futuro inmediato donde las relaciones económicas globales sean muestra de cordura y justicia, y no bestiario, en el más absoluto sentido de la palabra.
La mayor de las Antillas fue tajante al insistir que, si no existen avances en torno a hacer efectiva la titulada Declaración Ministerial de Doha, la cual entre otras cosas demanda de los poderosos reducir sensiblemente sus barreras arancelarias así como los subsidios a las respectivas agriculturas nacionales, todo en favor de mayor flujo comercial desde el Tercer Mundo, solo ha sido por la carencia de voluntad política de los polos capitalistas desarrollados.
De esa manera, insistió Cuba, nada se ha realizado al respecto y el comercio mundial sigue funcionando bajo cánones asimétricos, mediante los cuales las exportaciones del Sur permanecen sujetas a las caprichosas restricciones que imponen los compradores del Norte.
A la vez, las políticas de subsidios multimillonarios a ramas como la agricultura, establecen muros contra los productos primarios tercermundistas e, incluso, atacan las propias economías internas de los subdesarrollados, por la competencia que generan las importaciones llegadas desde las naciones desarrolladas a precios mucho más competitivos.
Se trata, en suma, de la trampa que persiste en mantener las tremendas diferencias y abismos entre los ricos y la mayoría de empobrecidos, y a la vez desmiente los titulados principios del libre comercio de los cuales tanto gustan agitar los poderosos para demandar a otros cero barreras a sus exportaciones.
De hecho, vale recordarlo, las contradicciones han llegado incluso al seno de los lazos comerciales entre las grandes economías occidentales, donde en medio de la crisis galopante cada quien pretende arrimar la brasa a su respectiva sardina.
Así, en septiembre último, el Comisariado de Comercio de la Unión Europea desbarraba contra las prácticas norteamericanas de poner fuertes trabas a las importaciones desde el Viejo Continente, en lo que esa propia entidad definió como “dar la espalda a la agenda de libre comercio mundial.”
El asunto no era otro que, embarcado con cifras de desempleo aún rondando hoy el 10 por ciento de la población económicamente activa, Washington decidió recortar drásticamente sus compras externas con el interés de intentar promover puestos de trabajo a partir de eliminar la competencia extranjera con la industria local.
Bien vistas las cosas, el pretendido slogan de puentes abiertos tan recetado por los ricos, es puro oportunismo, mera jerga e instrumento para que otros hagan lo que se les dice, pero no ejecutado por quienes se estiman señores universales. (Por Néstor Núñez, AIN)