Gratitud
Hombres de esta nación han legado al fondo común de la humanidad, pensamientos premonitorios que se mantienen tan vigentes, como si hubiese sido ayer cuando enunciaron, escribieron o enseñaron verdades universales y trascendentales.
Entre estos precursores, paradigmas de virtudes, encontramos a Rafael María de Mendive, José de la Luz y Caballero, Félix Varela y José Julián Martí Pérez.
Todos fueron grandes pedagogos, maestros de maestros, sembradores de ideas, educadores sin parangón.
“Enseñar puede cualquiera, educar sólo quien sea un Evangelio vivo”.
“Al venir a la tierra todo hombre tiene derecho a que se le eduque, y después, en pago, el deber de contribuir a la educación de los demás”.
Esas dos frases, escogidas al azar, entre muchas con el mismo espíritu, son sumamente esclarecedoras de cuan importante es apertrecharse de conocimientos para la vida, y a la vez ayudar a otros a crecer en valores imperecederos, pues como dijera el Apóstol: “Ser cultos es el único modo de ser libres”.
Afortunadamente, en cada rincón de Cuba hay ejemplos a montones, de quienes han dedicado toda la existencia a la hermosa y noble tarea de educar.
Cada uno de nosotros tiene en su corazón, grabados con caracteres indelebles, los nombres de los maestros, profesores y auxiliares pedagógicos, que moldearon, cual expertos alfareros, nuestro frágil barro, e hicieron de cada cual, piezas únicas e irrepetibles.
Derrocharon bondad y paciencia para que aprendiéramos la lengua materna, las matemáticas, la historia patria y otras asignaturas más complejas.
Fueron limando delicadamente nuestras asperezas y en ocasiones se empequeñecieron para que brilláramos con luz propia.
Puede que los hayamos superado en grados académicos y hasta en conocimientos, lo cual asumen con el orgullo de saber que el doctor, el ingeniero, el mecánico, el obrero, el dentista y el actual maestro, tienen un poquito de cada uno de ellos, pues no hay ninguna profesión que pueda prescindir de la educación.
Por eso, ante un maestro, joven o adulto, hay que inclinarse con respeto y devoción, agradecer en cada jornada la suerte de tenerlos, de que hayan aceptado ejercer, la sacrificada pero necesaria, carrera del magisterio.
El mejor homenaje que puede recibir un profesional de la educación, es la gratitud de los alumnos de ayer, de hoy y de siempre.
Que un coro gigante, de voces alegres, les devuelva con creces las fuerzas desgastadas en el diario cumplimiento del deber. ¡Gracias maestros! (Iliana Pérez Lara/ Radio Santa Cruz).