Una obra cultural de 50 años de Revolución
Toda isla es un misterio, lo dijo la gran poetisa y patriota cubana Dulce María Loynaz.
La nuestra tiene muchos arcanos y la magia de una mulatez única, trasmutada de la violencia al amor. Por eso es firme en sus signos e impredecible en sus expresiones espirituales.
El suceso cultural y existencial más trascendente en Cuba es su Revolución, que ahora celebra su medio siglo, pero tiene veneros tan lejanos de resistencia como la preferencia de Hatuey por las llamas antes que el paraíso de los invasores y alas de utopías tan amplias como seamos capaces de proporcionarle.
Esa base y su posible cenit tienen por columna maestra, como criolla palma real, una sustancia tan inasible como la resistencia a la imposición que caracteriza a los cubanos, aún cuando no se había forjado su nacionalidad.
En apenas cinco siglos este archipiélago ha sintetizado la historia de la humanidad con vocación ecuménica de mezcla y sin resentimientos.
Tuvimos nuestra Numancia en el Bayamo en llamas, sufrimos la reconcentración de Weyler –preludio de los campos nazis de exterminio- nuestra marcha a la tierra prometida liderada por el Titán de Bronce y el Generalísimo Máximo Gómez y una alborada verde oliva como un Octubre Rojo signo de nuevas eras.
Por suerte no vivimos sangrientas inquisiciones, nunca sufrimos la ciega crueldad de un linchamiento, el odio visceral no se organizó en clanes ni prosperan atavismos trasnochados de razas perfectas o elegidas.
Medio siglo después, Campaña de Alfabetización o Iluminación inicial mediante, educación al alcance de todos en la totalidad de sus niveles, un sistema de enseñanza artístico único desde la base a la universidad e instituciones culturales básicas en todos los municipios, Cuba es sitio único para realizar quimeras.
No importa si se viva en lo más recóndito de la montaña o en la cosmopolita Ciudad de La Habana, si se tiene talento y arrestos, quienquiera tiene a su alcance la posibilidad de ser un científico brillante, un atleta de altos rendimientos a escala planetaria o un artista de renombre en cualquier manifestación cultural.
Sin ser chovinista o absoluto, reto al que se atreva a encontrar posibilidades similares en otros rincones del planeta.
Si algo nos enseñaron estos 50 años de Revolución triunfante es que “Patria es humanidad” y por ello compartir lo que tenemos con los demás pueblos ha sido un principio arraigado en la mentalidad de la mayoría. Y práctica cotidiana de la que sobran los ejemplos.
La obra ha sido encender y esparcir luces a lo largo de la senda y como toda obra humana con sus imperfecciones, el devenir cultural revolucionario hasta ahora, nos sigue mostrando el camino hacia la luz y el aprecio de que no hay conquista material valedera sin la impronta de la espiritualidad y el sentimiento.
La llama la prendió Hatuey sin claudicaciones, la continuaron los mambises, la juventud a la que la revolución se les fue a bolina en los años 30, pero insistieron en perseguir la iluminación hasta que la segunda independencia amaneció el primero de enero de 1959.
Desde entonces se prendió un faro, y por suerte no sólo para los habitantes de esta minúscula isla del Caribe, sino que ha llegado a ser guía y esperanzas para quienes aspiran a un mundo mejor.
Descubrimos que cultura es escudo y espada y que sólo las ideas pueden mover montañas y pueden hacer un mañana realmente prometedor. (Por Octavio Borges Pérez/AIN)