Amor, poesía, paternidad íntegra

Amor, poesía, paternidad íntegra

De papá supe aprender                                 
Como tener un hogar                                   
Hijos y nietos cuidar                                 
Y ayudar a mi mujer…

Las rimas bien subidas entre los olores del monte, besos de romerillo y galantería natural, bajaban siempre emotivas por las cuerdas vocales de Juan Gonzalo Jeréz, a quien la vida con toda intención maternal le dio Enamorado como segundo apellido, para entregar fidelidad y consagración a la muchacha que eligiera para ser su esposa.

Por los triíllos del poblado Pino, distante a 20 kilómetros de este territorio, se hizo mayor, poniendo las manos en los surcos para obtener alimentos, sin dejar de besar las campanillas, “saborear” el verdor de las guásimas, recorrer las colmenas aferradas a los viejos troncos y buscar el mejor sueño entre enredaderas caminantes.

La oportunidad de fijarse en la “mariposa” de sus sueños, llegó. Su dotes de poeta incrementaron su fuerza por la virgen de inocente mirada y tez algo adentrada en la tarde noche, quien con sencillez elegante ponía una roja amapola en su negra cabellera, una vez que las rayos del sol irrumpían los senderos cercanos al caserío.

Cada piropo florido, le demostró a la guajirita la intencionalidad del joven. El le regalaba collares hechos con semillas de caña fístula. Ella arrancaba los pétalos a los vicarias blancas, para determinar la respuesta que le daría a la mantenida pretensión, “pero siempre me salía que debía decirle que sí”, manifiesta algo sonrojada Benilde Luisa Villavicencio Zaragoza.

“Cuando por fin me aceptó se me iluminó la vida. Le puedo asegurar que no rompí tantos taburetes, yo tenía 21 años y ella 18. Sabía que cuando nos casáramos sería para toda la vida, y mire si es así, que ya llevamos medio siglo juntos y seguimos como el primer día”, destaca complaciente Juan Gonzalo.

“Me avergüenza hablar de estas cosas, pero desde que me fije en él, no tuve dudas que era el hombre que me convenía, lo conocía bien, sabía que nunca me defraudaría, el amor cuando nace en el campo jamás se rompe”.

Los dos se casaron bajo una luna clara, las estrellas cooperaron para mezclarse en su primer día de intimidad. Fue la miel de los besos más callados, los que propiciaron la llegada del primer hijo, comenzaba a hacerse realidad el objetivo de la pareja, otros nueve dieron sus llantos lúcidos sin necesidad de nalgadas, “uno detrás de otro, como se dice en buen cubano, yo quise tener siempre una familia grande”, expresa Jeréz.

A la que nunca los abortos pasaron por la cabeza, supo criar a su prole entre pasiones inmensas, con la presencia esmerada del esposo que jamás ha dejado de escribirle las décimas cargadas de cocuyos cimarrones y suspiros de monte bueno.“Tuvimos que parar la producción, ya el último llegó a pesar 10 libras y media, resultaba riesgoso…”

Ambos pidieron a sus hijos convertirse en hombres y mujeres de bien. Las cuatro hembras y algunos de los varones ya les han dado nietos, más que abuelos se vuelven a sentir padres. Han cumplido el objetivo, sus críos estudiaron, se convirtieron unos en profesionales y otros en técnicos, para serles útiles a la sociedad.

El decimista fue machetero y proyeccionista de películas del ICAIC. Nunca le ha dado cabida al machismo, considera que en un hogar las tareas se comparten sin mirar quien hace esto o lo otro, el ofrecerse espontáneo en ese palacio divino es encanto sólo para para los que saben mirar con el corazón.

Se idolatran, venerándose entre la amapola que no se apaga y la rima que sigue llenando cuartillas para enamorar a Benilde. En el apartamento donde residen hace varios años, volverán a congregarse todos, para en comida familiar, besar en sobre mesa, la dedicación de un papá integro.

Desde mi balcón contemplo
Junto a mis hijos y nietos
Esos momentos inquietos                               
Llenos de amor y respeto…

Santiago SantaCruz
Cortesía para Radio Santa Cruz