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Payasos terapéuticos en Cuba: más allá de la risa

La Habana, 4 feb.- La nariz roja siempre los delata y la algarabía a su paso no se hace esperar.¡Ahí vienen los payasos!, exclaman los niños mientras se muestran ansiosos por alegrar esos días que parecen interminables en una sala de hospital.

 

Vistos como acompañantes de juego, dispuestos a sanar física, espiritual y emocionalmente a esas personas vulnerables, los payasos terapéuticos intentan establecer desde el arte una relación de apoyo y complicidad que mejore la calidad de vida de los pacientes de larga estadía hospitalaria.

Aunque ser un payaso terapéutico se considera una profesión en el mundo solo desde 1987, la idea de que estos artistas o simples personas con vocación ayuden en el proceso curativo es muy antigua.

Históricamente los payasos han sido sanadores en las sociedades. En las culturas indígenas, por ejemplo, acompañan a los chamanes (personas con supuesta capacidad de modificar la realidad o la percepción colectiva de esta). Sin embargo, especialistas consideran que en nuestras sociedades actuales se ha perdido el poder del humor y son los payasos terapéuticos quienes retoman entonces ese papel histórico.

En Cuba, la iniciativa de formar a estos personajes sanadores surgió a raíz de la visita a la isla en 2012 de Joan Barrington, directora de Therapeutic Clowns International, en Canadá, para impartir un primer taller al equipo de instructores de la compañía de teatro infantil La Colmenita.

Desde 2013 se han realizado en el país 15 talleres de formación, en los que se han entrenado como payasos terapéuticos a más de 200 personas de diferentes provincias, con experiencias de trabajo en al menos una de las instituciones que conforman el Sistema Nacional de Salud.

El arte para sanar y devolver la esperanza

El principal enfoque de estos artistas es desarrollar relaciones interpersonales a corto y largo plazo con los pacientes y sus familias.

En ese sentido, la presencia de los payasos terapéuticos intenta empoderar a los niños, al favorecer su rol activo y protagónico durante las actividades, con el propósito de desarrollar sus potencialidades y elevar su autoestima, asegura Aniet Venereo, más conocida por todos en la sala de pediatría del Instituto Nacional de Oncología y Radiobiología, en esta capital, como la payasa Celeste.

Sin el uso de un vestuario grotesco, pues lo que enseña no es lo que está por fuera, sino lo que se lleva dentro, lo primero que hacen estos artistas al entrar a la sala del hospital es mirar a la persona directamente a los ojos y pedirle permiso para interactuar, característica que difiere de los payasos convencionales.

Aunque ambos son artistas que usan la máscara de la nariz roja para ejercer su arte, hay una gran diferencia que radica en la humildad del payaso terapéutico, quien sin mucha algarabía y sin un guión planificado, dirige su primer entrenamiento a hacer contacto visual con el paciente antes de desarrollar la parte artística, explica Venereo.

A su juicio, se requiere de preparación y habilidades de trabajo con el absurdo para generar la risa. Sin embargo, advierte que no siempre tiene que estar presente la risa; el solo hecho de acompañar es ya una ayuda psicológica para el niño y eso también los diferencia un poco del payaso de espectáculo o circo.

El primer acercamiento tiene como objetivo cultivar esa relación entre personaje y paciente, apunta Reyna Campos, nombrada como la payasa Mantequilla en el capitalino Hospital Cardiocentro Pediátrico William Soler.

A veces nos encontramos con niños que tienen miedo. En esos casos no se trata de imponernos, comenta la artista, sino de jugar con otros en la misma sala para divertirnos y relajar al que teme de nosotros hasta que ceda un poco.

Rol del humor en los juegos terapéuticos

Mientras que el equipo médico trabaja por curar enfermedades y sanar heridas, los payasos terapéuticos utilizan los juegos tranquilos y el humor en beneficio del desarrollo emocional y social del paciente, así como para aliviar su tensión durante el tiempo que permanecen hospitalizados y bajo tratamiento.

Son muchos los estudios que evalúan el impacto de la distracción en estos niños, pues si no juegan y se distraen, su ansiedad aumenta y por consiguiente, el dolor que sienten.

Especialistas del Hospital for Sick Children, en Canadá, afirman que al reír se producen diversos cambios fisiológicos.

Según Mel Borins, doctor de la institución canadiense, las pulsaciones del corazón se aceleran al reír y enlentecen cuando la risa termina. Lo mismo sucede con la presión sanguínea, la cual aumenta y luego disminuye al terminar de reír.

Cuando los pacientes ríen liberan neurotransmisores, se relajan y pasan de lamentarse a esperanzarse, lo que los conduce a un estado donde puede ocurrir la sanación, añade Borins.

No solo los pequeños se benefician con este tipo de terapia. Las narices rojas también llevan su arte a hogares de ancianos, hospitales psiquiátricos, centros psicopedagógicos, e instituciones para adultos con enfermedades crónicas.

Lo ideal para contactar mejor con los adultos mayores es que el payaso conozca cómo era la realidad de esas personas en su juventud, por ejemplo, qué música escuchaban en su época. Se trata de conectar desde el recuerdo la evocación de un tiempo en el que fueron felices, señala Venereo.

Campos, por su parte, resalta que en el intercambio con las personas con padecimientos psiquiátricos se usa música conocida por ellos y mucho juego para promover actividades tranquilas y afectivas, mientras que con aquellas con discapacidades severas se trabaja explotando sus posibilidades.

Ya conocidos como el Grupo de Payasos Terapéuticos de Cuba, estos artistas se encargan de trasformar en cada centro asistencial el dolor y aislamiento de los niños enfermos en risas y esperanza. (PL)