Admirable concierto de voluntades y energías humanas

La mayoría de ellos no se conocían. Llegaron cuando todavía el diluvio parecía eterno. No preguntaron dónde se comía o se dormía. La desolación les entró por las pupilas y el gesto incrédulo de los lugareños ante el cambio radical de su entorno  los golpeó de frente, como si ellos hubieran padecido el caos de la naturaleza.   

Son imágenes comunes en estos días  en comunidades  arrasadas por los huracanes Gustav e Ike, en el occidente, en el centro, en la Isla de la Juventud, en cayos y en el oriente cubano.  

Se reúnen hombres vestidos de verde olivo con insignias de las Fuerzas Armadas Revolucionarias y el Ministerio del Interior, civiles que laboran en esos organismos, dirigentes locales y nacionales, electricistas que viajaron cientos de kilómetros y dejaron atrás sus propias necesidades para afrontar las de otros.  

Todos se suman a los que residen en cada lugar dañado y se afanan en esfuerzos reconstructivos. Es impresión que no necesita de retórica ni lirismo.

Basta la mirada atenta, objetiva, que capta imágenes, registra actitudes. Así se pueden valorar esfuerzos y  aquilatar la condición humana, expresada en su magnitud plena y sincera, desinteresada.   

"Las generaciones actuales sabrán estar a la altura de este momento histórico, igualmente difícil y glorioso”, dijo el General de Ejercito Raúl Castro, Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros el 26 de julio, cuando los huracanes de esta temporada no habían azotado el archipiélago.     

El polígono de la antigua fortaleza militar de Santiago de Cuba, convertida en Ciudad Escolar 26 de Julio luego del triunfo de la Revolución, fue de nuevo escenario para la ratificación de la confianza en las fuerzas de todos y de cada uno.   

“No olvidar nunca que esta es la Revolución socialista de los humildes, con los humildes y para los humildes”, reiteró Raúl.   

Esas palabras  asaltan la mente cuando, incrédulo, observo cómo un venerable  anciano levanta el tronco de una enorme casuarina derribada por los vientos sobre su humilde vivienda.   

No es imaginación desbordada, sino certeza, porque a lo largo del vegetal caído, decenas de manos de todas las edades se aferran a él y contribuyen al esfuerzo supremo.  

Entonces se comprende el milagro que ocurre cuando la voluntad de uno se multiplica por la fuerza de muchos.   

La verdad es evidente, mostrada en este formidable concierto de voluntades y energías humanas, desprendidas de egoísmos de uno para lograr milagros de muchos a lo largo y ancho de Cuba.