[:es]¡Qué ser humano Fidel![:]

[:es]Me recibe con una sonrisa, la calidez de su abrazo, una mano sobre el hombro y un «Tome asiento, hermano, que usted viene de mi segunda Patria, gracias por su visita». Sobre la mesa, una tradición: el té vietnamita. Derroche de afectos, y nada de protocolo. Nguyen Dinh Bin es la sencillez, la gratitud, la lealtad en persona.

La conversación en su hogar de Hanói fue como la tarde misma de diciembre en la capital anamita: fresca, animada. Parecía que el Sol, en vez de ocultarse, guardó su luz en la memoria de este hombre, capaz de narrar, con insólita claridad y en exquisito español, vivencias de más de medio siglo de una relación entrañable con esta Isla, el Che Guevara y el Comandante en Jefe Fidel Castro.

Siendo niño sufrió la muerte del padre, mártir de la lucha contra  la ocupación francesa. Con diez años abrazó la causa de su progenitor y se involucró en una célula pioneril clandestina de la zona arrocera, en su natal Hai Duong. Desde entonces no dejó de luchar; aún lo hace.

Su vida laboral y su entrada en la educación superior empezaron casi al unísono en Cuba. Se inició como traductor y llegó a desempeñarse como Vicecanciller de Vietnam. Llegó a nuestro país en octubre de 1963 para realizar estudios de Artes y Letras en la Universidad de La Habana; tenía entonces 19 años de edad.

—¿Qué ambiente encontró en la Isla?

—Agitado, en pie de lucha. Sobre Cuba permanecía la amenaza de una agresión militar.

—¿Usted no sintió temor ante esa posibilidad?

—No me sorprendieron los riesgos, los conocía de antemano y los asumí. Esa misma fue la actitud de mis compañeros de grupo, 35 en total. Todos juramos que si llegaba la hora empuñaríamos el fusil por Cuba. Nos hospedamos en el piso 17 de un edifico ubicado en 12 y Malecón, donde teníamos la beca. Recuerdo que hacíamos guardia en las noches armados con AKM, y vestidos de militares. Fue una etapa decisiva en mi formación.

Su primer encuentro con Fidel ocurrió en La Habana, el 2 de septiembre de 1965. Ese día debutó como traductor en una recepción que el líder cubano les ofreció con motivo de la Fiesta Nacional Vietnamita, cuando ya los gringos pasaban de la guerra especial a la guerra total, e iniciaban los bombardeos masivos al norte del país. Fidel preguntó cómo enfrentábamos esos ataques, cómo andaba la lucha frente a la invasión en el sur; procuraba saberlo todo».

—¿Quedarse en Cuba, después de graduarse en la Universidad, le posibilitó el privilegio de otros encuentros con Fidel?

—Al terminar la carrera, de inmediato pasé a trabajar como traductor de nuestra Embajada en La Habana. Allá recibimos a Fidel en 1969, cuando falleció Ho Chi Minh. Su rostro expresaba dolor, se le veía triste, muy triste y lamentó no haber conocido en vida al Tío Ho.

«Seis años después, la noche del 30 de abril de 1975, el Comandante regresó a la Embajada, nos abrazó a todos y nos felicitó: había caído Saigón. “Este triunfo es de Cuba también, de toda la humanidad”, nos dijo, y le pidió a uno de sus asistentes que abriera una botella: “Vamos a celebrar”, invitó, y brindó por la victoria alcanzada.

«Luego cubrí varias visitas del más alto nivel de dirigentes vietnamitas, como Pham Van Dong, Vo Nguyen Giap y Le Thanh Nghi, viceministro primero, con quien Fidel recorrió el Valle de Picadura para mostrarle la experiencia cubana en ganadería. A este le dijo: “Mire, compañero Nghi, yo creo que después de la victoria Vietnam debe impulsar la ganadería, adaptar las razas al clima tropical del país, y desarrollar programas avícolas para la producción de huevos, que es un alimento magnífico”.

«Fidel destinó cinco obras para este pueblo: la reparación de un tramo de la Ruta Ho Chi Minh, el hospital de Don Hoi, una granja avícola, un hotel y un centro de sementales para la ganadería. Él pensó en la reconstrucción de Vietnam antes de visitarnos en 1973».

—¿Usted estaba en Vietnam cuando tuvo lugar la primera visita?

—Sí, lo acompañé. Durante el vuelo de Hanói a Quang Bin, y después en el recorrido por carretera iba observándolo todo: los cráteres, la destrucción. Aún la guerra no había terminado y ya Fidel miraba al futuro. Decía: “Mira aquí, Pham Van Dong, esta zona es muy buena para la ganadería”. ¡Qué sabio, qué visión, qué sensibilidad, qué ser humano Fidel!

«Se emocionó mucho en la Colina 241, en Quang Bing, en Quang Tri, y especialmente en sus encuentros con los combatientes del sur. Recuerdo su dolor al encontrar a unas jóvenes heridas por una mina.

«Vi muchas veces al Comandante, antes y después de aquella visita, y siempre fue igual de afectuoso conmigo. Me regalaba tabacos que yo fumé con deleite, me llamaba por mi nombre cubano: “Rafael” y me repetía la pregunta ¿Y qué haces ahora? Mi gratitud hacia él es eterna. Fue el máximo promotor de la solidaridad con Vietnam en el mundo. Si he podido desarrollarme como revolucionario se lo debo en gran medida a Fidel, que me insufló su espíritu generoso, el calado de sus ideas y su ejemplo de hombre consagrado al bienestar de los pueblos y de los seres humanos.

—¿Usted presenció la conversación privada entre Pham Van Dong y Fidel en Hanói?

—Sí, fui el intérprete. Se realizó en la casa del antiguo gobernador de Indochina.

—Parece que fue un diálogo de emociones intensas, ¿verdad?

—Muy emotivo. Pham Van Dong no pudo evitar las lágrimas al hablar de la guerra, de los millones de vidas que se perdieron, del sufrimiento de los niños y de los sacrificios de nuestro pueblo frente a la agresión extranjera.

—Y Fidel, ¿cómo reaccionó?      

—Es muy difícil describir las expresiones del Comandante en aquellos minutos. Creo que sentía profundamente el dolor personal de nuestro Primer Ministro. Vi a Fidel conmovido, triste. Conocía y compartía las razones de esa emoción en un hombre del temple de Pham Van Dong, que tenía un espíritu de hierro, forjado en la lucha.

—¿Pudiera ampliar los detalles de esa conversación?

—Son secretos.

—Han pasado más de 40 años, señor Binh, tal vez algunos de esos secretos ya dejaron de serlo, ¿no le parece?

—No. La confidencialidad es un principio de todo intérprete, y yo debo respetar ese principio, comprenda. No puedo decirle más, ni como intérprete, ni como militante vietnamita-cubano que soy. Aquella conversación se irá conmigo a la tumba.

—Comprendo y respeto sus argumentos. Al Che Guevara, ¿logró conocerlo?     

—Lo vi de cerca en encuentros que sostuvo con estudiantes vietnamitas en La Habana. Era un hombre impresionante. Su admiración por mi patria se aprecia en el mensaje a la Conferencia Tricontinental de la Ospaaal y en el prólogo que escribió para el libro Guerra del Pueblo, Ejército del Pueblo, del general Vo Nguyen Giap. Criticó sin rodeos las vacilaciones respecto al Vietnam agredido y llamó a que nos acompañaran hasta la victoria o la muerte. Fue la expresión máxima de solidaridad combativa y militante con mi país. El Che no tuvo tiempo de visitarnos, pero quiso a Vietnam tanto como Fidel.

 

De recorrido por el Valle de Picadura. Fidel conduce, Le Thanh Nghi a su lado; atrás, Nguyen Dinh Bin.

En la despedida a Fidel en la Plaza de la Revolución José Martí, tras su desaparición física.

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