LA HABANA.-  La historia de la elefanta Eleonor es de las más impactantes para la ciencia y la leyenda sobre ese animal africano, el más pesado, segundo más alto después de la jirafa y de probada solidaridad con sus muertos.

El ejemplar, cuyo nombre fue idea de científicos que estudiaban ese duelo por los congéneres fallecidos de esa especie que algunos llaman “llanto”, enfermó de muerte y durante su agonía recibió la curiosa asistencia de una hembra llamada Grace procedente de otra familia.

La “visitante” de la enferma en la reserva keniana de Samburu, la ayudó con sus colmillos a incorporarse, pero le fue imposible y la enferma murió, tras lo cual recibió la presencia de varios familiares de Grace, entre ellos otras cuatro hembras.

Los científicos, que luego relatarían el hecho a la revista británica Applied Animal Behaviour Science, comprobaron cómo el grupo de animales recién llegados, algunos incluso sin relación previa con la elefanta muerta, olieron y tocaron el cadáver con sus colmillos, trompas y patas y mostraron subrayado interés por Eleonor.

La muerte del ejemplar en estudio ocurrió ya hace algún tiempo, pero sirvió para demostrar una vez más esa excepcional sensibilidad con miembros de la especie enfermos, agonizantes o muertos, conducta solo verificada en paquidermos, delfines y chimpancés.

Los elefantes tienen una respuesta generalizada al sufrimiento y a la muerte de miembros de su especie, comportamiento comparable al humano, que devela sentimientos como la compasión no restringidos sólo a humanos”, comentó uno de los científicos, Douglas Hamilton.

Otro estudio, en el también keniano Parque Nacional de Amboseli, esta vez de la británica Universidad de Sussex demostró que los elefantes remedan a los humanos en distinguir a muertos de su misma especie, y hasta les rinden particular homenaje póstumo.

Esa última pesquisa, dirigida por la doctora Karen McComb, determinó que dichos grandes mamíferos poseen la facultad de reconocer e interactuar con los restos mortales de otros elefantes, incluso años después de su muerte, otro comportamiento atribuido hasta ahora sólo a humanos.

Acorde con ese grupo de científicos, “en muchas ocasiones, los elefantes se desplazan en grupos compactos hacia el cuerpo del animal muerto. Alargan levemente sus orejas, alzan sus cabezas y se ponen nerviosos”.

Aunque los paquidermos muestran respeto por los huesos de todos sus congéneres, añaden, su comportamiento es más afectivo con los que pertenecieron a su familia o vivieron en su manada, a los que reconocen a través del olor.

Pero investigaciones y resultados tan excepcionales como los mencionados siempre encuentran contrapartidas en otros, y ahora se conoce que algunos científicos atribuyen esa inclinación “familiar” a la instintiva curiosidad animal por encontrar y repasar objetos inusuales.

¿CEMENTERIOS DE ELEFANTES?

La ciencia careció de tanta suerte, sin embargo, en sus intentos de comprobar tradiciones como la de los llamados “cementerios de elefantes”, cuya existencia, a veces exagerada, integró manifestaciones artísticas como la literatura y el cine y trascendió en el lenguaje humano.

Expresiones sobre esas sepulturas del paquidermo para aludir a la presencia en demasía de ancianos, profesionales desgastados o trabajadores cansados en ciertas empresas, oficios o lugares, enriquecieron los idiomas y ambientaron escenas fílmicas de animales en largos recorridos hacia “su última morada”.

De acuerdo con la mitología africana, el primer cementerio de elefantes registrado estaba en algún paraje del continente África donde animales moribundos iban a pasar sus últimos días, lo cual despertó la avaricia de expedicionarios que, sobre todo durante el siglo XIX, buscaron sin éxito el fantasmagórico lugar en busca de marfil.

La leyenda surgió a partir de la frecuente localización de esqueletos cerca de lagos, ríos, arroyos, manantiales y otras fuentes de agua, hipótesis explicada por el controvertido científico británico Rupert Sheldrake, según el cual, al menos parte del mito es cierta.

Acorde con él, los elefantes desnutridos buscan por instinto este tipo de fuentes acuíferas para que el líquido les permite mejorar, en especial cuando muestran niveles bajos de azúcar en sangre, y a veces mueren cerca del agua y junto a las osamentas de otros elefantes.

EL EXTERMINIO, UN MAL PAGO DEL HOMBRE

Pero las actuales investigaciones sobre el elefante en centros kenianos de protección de la especie como la propia reserva nacional de Samburu y el Parque Nacional de Amboseli revelan aristas procedentes de quien más debiera cuidarlo, el hombre, nada acordes con esa suerte de “humanitarismo” del elefante.

Kenya, quizás el país donde más se entrecruzan la vida humana y el exterminio de animales autóctonos, desplegó durante el pasado 2016 campañas que enterraron toneladas de colmillos incinerados, pero fue incapaz de sepultar el crimen contra esa especie en su propio territorio y en el resto del planeta.

La acción preventiva del gobierno implicó la mayor destrucción histórica de marfil decomisado, un llamado de piedad a cazadores, traficantes y a consumidores (ignorantes o indiferentes) ante un flagelo que solo en África, donde está en fase de extinción, costó la muerte de 111 mil paquidermos en esta última década.

Según periodistas locales, con la sabana keniana de fondo y ante cámaras de cine y televisión, 11 pirámides de marfil ardieron un domingo en el parque nacional de Nairobi y más de cien toneladas de colmillos fueron reducidos a ceniza.

Acordes con esas fuentes “fue un acto simbólico contra la caza furtiva” y de alerta para preservar a los 415 mil elefantes aún vivos en el mundo, que solo en África perdió en la última década 111 mil especímenes.

“El marfil solo tiene valor en un elefante”, fue el mensaje de esa cruzada que incineró en un solo día más de cien toneladas de colmillos, mostró la utilidad del binomio represión-justicia frente al siniestro e impactó al resto del planeta, donde cada año son vendidos 140 mil colmillos.

Los avances kenianos durante estos últimos meses recordaron antecedentes de toma de conciencia como los del año 2010, cuando personalidades como el príncipe Guillermo de Inglaterra reaccionaron junto a gobiernos y a ONG contra las masacres de elefantes y rinocerontes y por la prohibición del tráfico de marfil.

“Aún nos queda un inmenso camino a recorrer, pero el nivel de toma de conciencia política es notable respecto al pasado”, opina el secretario de la Convención Internacional sobre el Comercio de Especies Salvajes Amenazadas (Cites), John Scanlon.

Calificado por expertos como parte de “un negocio ilegal que vende naturaleza en peligro de extinción”, el marfil (del árabe mar-al-fil, hueso del elefante o mamut) puede reportarle 60 mil dólares el kilogramo a negociantes que subestiman la muerte por esa causa de 30 mil especímenes al año.

Acorde con Cites, el tráfico de marfil, prohibido en 1989 por un tratado internacional, acumula unos 20 mil millones de dólares anuales, el cuarto tipo de comercio ilegal del planeta, después de las armas, las imitaciones y los seres humanos, aumento sin precedentes de un comercio que explica la veloz extinción de la especie.

La etapa de 2016, pródiga, al menos, en señales globales de lucha contra el tráfico de especies salvajes, fue también histórica por inscribirse desde ese año el tema en el informe de la Oficina de la ONU contra la droga y el crimen.

* El autor es periodista de la redacción Africa de Prensa Latina.

(Tomado de Adelante digital)