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A tierra bien cultivada, seguridad y soberanía en la cosecha

Mayabeque, 19 mar.- Tras la implementación de la Ley de Seguridad Alimentaria y Soberanía Alimentaria y Nutricional llegamos a aquellas tierras de color cobrizo y extensos campos sembrados de papa, frijoles, maíz y soya.

En el lugar nos recibe un cartel que indica que hemos llegado a la finca La Luisa, de San José de las Lajas, y, en la bienvenida, el saludo de Danilo Santos Teruel y Alexander Pérez Vasallo, principales responsables de la prolífera virtud de aquellas tierras cultivadas.

«Ese campo –dice Danilo, y señala el sembradío más próximo– tiene 14 hectáreas. Hoy ya va por 67 días de sembrado y, como ves está madurando ya el frijol. Aquella, de 14 hectáreas, la cosechamos de maíz, unas 31 toneladas, y ahora la estamos preparando para sembrar nuevamente. Un poco más allá tenemos 39,2 hectáreas sembradas de papa y maíz».

En la llanura cultivada, los brazos inmensos de las máquinas de riego giran casi dejando tras de sí, con las gotas de agua, un arcoíris sobre las plantas.

– ¿Ustedes llegaron aquí con toda esa tierra limpia y esos medios ya disponibles?

–No, que va, esto ha sido trabajo duro en los últimos ocho años. Alexander llegó primero, y luego me sumé yo. Comenzamos poco a poco, construyendo todo desde cero. Hemos diversificado la producción, y ahora tenemos unas 600 gallinas de las rústicas, y cerdos, ovejos; en fin, que vamos creciendo.

Mientras caminamos por la finca, en la medida en que nos aproximamos al corral de las aves, escuchamos como se hace más alto el chachareo.

«La comida de las gallinas la conveniamos con el Grupo Agroforestal, pero una parte importante la producimos nosotros mismos. Ellos nos dan el núcleo proteico, con los productos de nuestras cosechas hacemos los extensores, y en la tarde las sacamos y las pastoreamos por la finca. Con lo que hemos tenido problemas es con aprender del manejo y crianza de gallinas. Buscamos asesores, leímos mucho y hasta con videos y tutoriales de YouTube hemos ido poco a poco ganando en experiencia técnica», dice.

Trato de hacer fotos a través de la malla del corral y las aves me miran, como acostumbradas a las cámaras. Las gallinas aportan más de un centenar y medio de huevos cada día, lo que es suficiente para el consumo de la finca y para ayudar a cubrir un poco las necesidades sociales del pueblo. Alexander nos dice que, dos veces a la semana, vienen de las escuelas y llevan huevos, así como del hospital y de otras entidades sociales.

El maíz que cosechamos –explican– lo exportamos a la Zona Especial de Desarrollo Mariel, donde hay una fábrica de pienso de Vietnam.

De esa producción que vendemos, nos pagan con productos necesarios para la granja: equipos, insumos o piensos proteicos a los que les agregamos lo que nos queda de las cosechas, y así conseguimos una alimentación balanceada de la masa. Alexander anuncia que van a crecer en ganado y en una nave para conejos.

–Bueno, ¿y el combustible… con la subida de los precios del diésel?

–Hay que trabajar y hay que sembrar –apunta en tono seguro Danilo–, y es lógico que la ficha de costo subirá un poco. Este tema del combustible lo hemos debatido muchas veces.

«Si evitamos gastos innecesarios y producimos con la mayor eficiencia posible, no es tanto el efecto del aumento. Hay personas que se paralizan ante los cambios, y demoran en decidir qué hacer, y mientras se deciden, nosotros vamos adelante, porque lo que nosotros sabemos hacer es producir, sembrar, trabajar la tierra, no tenemos tiempo para las dudas», dice.

La mayor parte de la cosecha de la finca se le vende al Estado, una parte queda para el autoconsumo y para los trabajadores. Ellos tienen la encomienda de abastecer al municipio de San José de las Lajas. Ante las diferencias y tentaciones del insistente mercado informal, Danilo asegura que, con la venta al Estado, ganan bien.

«Porque buscamos rendimientos por hectárea y rotar los ciclos; tres rotaciones en el año en una zona con más de 50 toneladas por hectárea. Así consigues tener las ganancias que necesitas.  Incluso ante los problemas, que siempre los hay, buscamos cómo salir adelante».

Al escucharlos hablar de su producción, de las estrategias que tienen para abrirse paso en medio de las dificultades, y generar alianzas que les ayuden a sortearlas, con una lógica persistente de crecer, desarrollarse y crear, no puedo ocultar más la inquietud que comenzó, puntillosa, desde que cruzamos los límites de aquellas tierras fértiles y cuidadas.

Les pregunté, directamente, por qué los que, como ellos, producen y fundan, todavía son excepciones y no reglas en nuestros campos.

«A la tierra hay que ponerle el esfuerzo al máximo, de lunes a lunes, porque lo que hay que hacer hoy, no espera a que lo hagamos mañana. El primer compromiso tiene que ser con las personas, con hacer las cosas bien, porque si no lo hago bien, pierdo mi tiempo y se lo hago perder a los demás. Creo que la clave del éxito está en la constancia, la cultura del detalle y en la exigencia.  No solo exigir a los demás, sino a uno mismo», responde.

Supimos que la decena de trabajadores de la finca gana un mínimo de 3 000 pesos semanales, lo que se une a la parte de las cosechas que les corresponden. Además, se les asegura la transportación al trabajo y la atención ante necesidades y urgencias.

Cuando regresamos por el camino, entre cultivos hasta el realengo, encuentro en las palabras de Danilo y Alexander respuesta a la insistente y, sobre todo, urgente pregunta que dominó nuestro ánimo aquella mañana: Multiplicar en los campos, esa práctica de trabajo y compromiso, ese sentido de la constancia y la honradez que harán emerger de la tierra las riquezas que tanto necesitamos, para ser, por siempre, soberanos. (Tomado de Granma)