Lilí Martínez, la Perla de Oriente

Al calificar a Guantánamo como tierra de grandes músicos y pianistas, el maestro Frank Fernández mencionó entre ellos a Luis  Martínez Griñán, conocido por Lilí entre sus amigos y colegas, y como la Perla de Oriente por el público cubano aficionado al arte de combinar el sonido con el tiempo.

Haber creado dos sones de la valía de Quimbombó que resbala y No me llores más, hubiera sido suficiente para muchos, pero aquel compositor, arreglista y director de orquesta (19 de agosto de 1915-28 de agosto de 1990), perseguía la perfección como la sombra al cuerpo, y sería arriesgado afirmar que abandonó este valle de lágrimas sin conseguirla.
  
El estudio y la superación constantes, arrojaron sus frutos: a mediados de los años 40 del pasado siglo, después de dirigir y crear varias orquestas en su  terruño natal, fue solicitado  para sumarse al afamado conjunto de Arsenio Rodríguez.
  
En su debut, al ejecutar con el piano uno de los solos que lo harían famoso, Lilí arrancó al insigne flautista cubano Antonio Arcaño, la expresión que equipararía para siempre al guantanamero con los grandes de la música ubana: “Esta es la Perla de Oriente” .
  
En el Conjunto de Arsenio compuso, orquestó y estableció un estilo de tocar el piano que ha perdurado hasta nuestros días y se sustenta en la base rítmica y los giros de carácter percutivo que definen el llamado tumbao, del cual fue el más reconocido maestro al decir del musicólogo José Cuenca.  
  
Martínez Griñán fue el primero en aportar una partitura para el son y en transferir las del folclor norteamericano a las melodías bailables de la mayor de las Antillas, además de creador de la Escuela Pianística de Realización  Sonera.
  
De sus conocimientos se nutrieron, además de Frank Fernández y Chucho Valdés, otros intérpretes de la valía de cómo César Pedroso, Emiliano Salvador y muchos artistas de  la Villa del Guaso, quienes en reciprocidad lo veneran y bautizaron con el nombre de conciudadano ilustre en el Centro Provincial de la Música.
  
Para Lilí vida y lucha eran sinónimos, por eso su laboriosidad le deparó ser acreedor de la Distinción por la Cultura Nacional; no conocía límites.
  
Con su precaria salud, a los 70 años, cuando la vida no es ya promesa, pero sí tarea, se le veía estampar notas y claves sobre el papel pautado.
  
Los restos mortales de este artista del teclado fueron acompañados hasta  Guantánamo, desde La Habana, el 19 de agosto de 1995 por su  entrañable amigo Eduardo Rosillo.
  
Bullanguero por oficio y naturaleza, Lilí hizo mutis en silencio en igual fecha, un lustro antes, cuando restaban nueve días para su cumpleaños 75. Este 28 de agosto cumpliría 98 años.
 
No me llores, había titulado a una de sus canciones. Sin embargo, en sus honras fúnebres las lágrimas inundaron más de una mejilla. (AIN)