Madres: si no existieran habría que inventarlas
Amor, paz, tranquilidad espiritual… es el humilde reclamo de estas mujeres que homenajeamos todos los segundos domingos de mayo, aunque debiera ser celebración permanente, porque están en cada día de la existencia humana.
De cualquier cosa que les ofrezcas, siempre edificarán algo fabuloso. No es casual el refranero: “Dale una casa y ella te dará un hogar (…) Dale una sonrisa y ella te dará su corazón”.
El uruguayo Mario Benedetti, en su poema Hagamos un trato, las colma con este humilde verso: “(…) yo quisiera contar con usted / es tan lindo saber que usted existe / uno se siente vivo (…)”.
Todo lo que tocan lo convierten en poesía. Son tan sagaces e imaginativas cuando conversamos con ellas, nos escuchan con tanta paciencia… y no sabemos cómo son capaces de adivinar el fin de las historias, aunque no lo digan por pudor.
Amor, respeto, tolerancia, laboriosidad, tenacidad, gratitud, perdón… son adjetivos providenciales capaces de revelar que solo basta hallar su corazón. Porque eso tienen: aunque no hayan parido, se sienten mamá desde la cuna. Es la aureola envoltoria de esa materia irrepetible.
Nada piden a cambio de ese poco de amor que glorifican, si acaso, alguna que otra patadita cuando nos ofrecen albergue durante nueve meses.
Siempre están a nuestro lado, bajo cualquier circunstancia o sacrificio, para ganar. Su paciencia es irreductible. Y en las esencias de su andar por el mundo poseen su propio manantial, inagotable, de amor.
No dan ninguna causa por fracasada si alguien, por resquemor, lo vaticina. Es entonces cuando levantan la mirada y auscultan recónditos sentimientos. Desgranan lágrimas nacidas desde lo hondo en el desván de los insomnios. Al fin y el cabo, entre risas y llantos, tienen el raro privilegio de vivir y hacernos existir.
Hay madres comunes a muchos hijos. Las llaman heroínas, pero a la vez, cada nacido arrima la sartén al vientre que lo cobijó. Es ese el cálido regazo al cual vamos en busca de todos los sentimientos no encontrados por otros rescoldos de la vida.
Ahora, de pie frente a la vasta puerta de madera carcomida por el tiempo, recuerdo aquel consejo de la mujer que en apenas tres meses sumará 97 años: “Cumple siempre con tus deberes y deja que el corazón haga lo suyo”.
Parafraseo esta máxima de Voltaire, por su original sentido: “Si las madres no existieran, habría que inventarlas”.