USA: absolutismo universal

Proliferan las listas. Porque es evidente que en eso de encuadrar a otros, Washington y sus aliados son gente afanosa, insistente, casi enfermiza. De manera que ya es un acto frecuente que desde el poderoso vecino del Norte se anuncien con periodicidad matemática calificaciones de toda suerte destinadas al resto del mundo.

Al fin y al cabo, se trata del “derecho divino” otorgado por no se sabe que ente supraterrenal a una “civilización” perfecta, acabada, justa, democrática, libre, protectora de todos los derechos habidos y por haber y, por tanto, destinada a regentear los destinos de los demás pueblos, tan depravados, inútiles y odiosos.
   
Y como resulta un asunto entre el sobresaliente icono y la turba de infieles, todos los deslices son posibles y permisibles, hasta el de destruir naciones a cuenta de tales juicios unilaterales, no importa que los males estén en casa al por mayor.
   
Lo afirmaba años atrás sin rubor alguno, y a los cuatro vientos, Robert Cooper, asesor personal del exprimer ministro británico Anthony Blair para asuntos de política exterior: “Debemos  acostumbrarnos totalmente a la idea del doble rasero”.
   
En pocas palabras, asumir como natural y lícito en los vínculos mundiales, que los peores epítetos y culpas recaigan sobre aquellos quienes no resultan agradables a los opulentos. Mientras, los que se pliegan, hagan cualquier cosa dentro y fuera de sus predios, jamás serán molestados.
 
Al decir del autor paquistaní Tariq Alí en su texto El Choque de los Fundamentalismos, “la máxima implícita en esta cínica actitud es la de castigar los pretendidos crímenes de los enemigos, y recompensar los de los amigos”. Así de simple.
   
Desde luego, colocar en la picota pública a los oponentes, la mar de las veces amplificando al máximo cualquier error o defecto, o con el reiterado uso de la mentira más absoluta, es la forma de condicionar el escenario para los golpes ulteriores destinados a acomodar el panorama a favor de los “denunciantes”.
   
Así, por ejemplo, en nuestros días se estigmatiza el programa nuclear iraní destinado a fines pacíficos, mientras no se dice una palabra de los arsenales atómicos sionistas, que datan incluso de décadas pasadas y de los cuales Tel Aviv no ha rendido cuentas a nadie.
   
O se habla de lucha contra el terrorismo a escala global, mientras se da seguro y oficial albergue en suelo norteamericano a asesinos como Luis Posada Carriles, y se envía a prisión de por vida a patriotas cubanos comprometidos en la defensa de su país frente a las prácticas violentas de aberrados ultraderechistas con asiento en La Florida.
   
También se ataca a naciones progresistas a las cuales se les imputan actividades de narcotráfico, mientras dentro de los Estados Unidos las mafias locales se hinchan los bolsillos con los dineros de los millones de adictos que pululan en el mayor mercado de alucinógenos del orbe.
   
En pocas palabras, se trata justamente de la práctica de lanzar piedras a los demás, no importa que el techo del presunto “caudillo” este cuajado de huracos.
   
Cuba conoce suficientemente esa práctica porque es víctima constante de ella, de ahí sus insistentes denuncias al modo de actuar que colapsa de medio a medio el elemental principio de respeto entre naciones tal cual estipula el derecho internacional.
   
Lo sabe, vale insistir, porque no ha dejado de ser blanco preferente de las campañas enemigas, las cuales han ligado a nuestro país a toda suerte de actos abominables, desde el estímulo a la titulada subversión a escala hemisférica en los primeros años del triunfo revolucionario, hasta las violaciones de los derechos humanos, los vínculos con el terrorismo, el enredo en el tráfico de drogas, y otra larga lista de delitos.
   
Todo con el único propósito de hacernos, a los incómodos a escala mundial, blancos vulnerables en la obcecada puja hacia el absolutismo universal.(AIN)