¡Dímelo cantando!, Adolfo

He nacido/
con ese don natural/
no  como cosa especial/
ni con mejor contenido/
Adolfo Alfonso ha sabido/
ser guardador del honor/
humilde, trabajador,/
no por cierto, inteligente,/
pero sí, precisamente,/
de mi pueblo un servidor

Poeta, repentista, improvisador, cantante de décimas, verseador (como le dicen en Islas Canarias)… Adolfo Alfonso es todo eso y más: un hijo humilde de Cuba que, hasta su muerte, se siente orgulloso de haber escogido el difícil camino de engarzar las palabras y hacerlas rimar.
   
Quizás haya sido eso: su dura brega por la vida que, desde la infancia, le enseñó los rigores de la pobreza y el hambre en el peregrinar que se inició en Melena del Sur, poblado a unos 50 kilómetros al suroeste de La Habana, el ocho de julio de 1924, cuando su madre lo parió. Sus sentencias en esta póstuma crónica, fueron narradas a este redactor hace poco más de una década.
   
De aquel pueblecito casi abandonado por la geografía pasó a otro de más talante a la sazón: Güines. “Tenía por entonces tres años. Allí vendí periódicos, limpié zapatos… hice cosas que no eran propias de un niño. Pero eran las necesidades de aquella época incierta”.
   
Llegado el día, con un fardo de esperanzas al hombro, en nómada aventura, Adolfo y su familia la emprendieron hacia la capital, gran Meca donde posaban sus ojos la inmensa mayoría de los habitantes de la Isla, y solo algunos pocos solían imponerse.
   
“Éramos tres hermanos. Dos fallecieron y quedé solo con mamá. Por entonces sentía la décima latir en mi interior, y adopté ese derrotero. También, algo que pocos conocen, incursioné en el tango argentino.”
 
A los 14 años, llamaban su atención algunos programas campesinos. “Un buen día dije: yo puedo hacer esto. Empecé en la emisora CMBF, en la cual me probaron y, desde ese instante, incursioné por casi todas las estaciones radiales de Cuba. La décima se hizo mi eterna compañera”.
 
La décima se estudia. Es fundamental, pues se requiere dominar el léxico para embellecer las cuartetas y hacerlas más poéticas. “Pero lo otro, el arte de improvisar, va con la persona, y ahí por mucho que estudies, si no te sale, es infructuoso”.
   
Tuvo el privilegio de vincularse a los mejores verseadores de Cuba: Jesús Orta Ruíz (el Indio Naborí), Angelito Valiente, Justo Vega (su maestro y guía), y otros trovadores de aquella época, todos improvisadores empíricos de calidad excepcional
   
Se especula por el público que el repentismo es preparado y cuando los poetas salen a escena ya tienen estudiados previamente los versos que harán. “Se valoran y confrontan ideas sobre un tema determinado, sobre todo en la televisión, pues el punto guajiro a boca de jarro es algo superdifícil.
   
“Por ejemplo, Justo y yo, no preparábamos nada, pero teníamos fraternidad, afinación e identificación tan grandes, que éramos como la combinación de torpedero y segunda base: nada más de mirarnos sabíamos hacia dónde enrumbar los temas de las improvisaciones”.
   
Para Adolfo Alfonso no existe la fama. Sin embargo, considera como tesoro invaluable cuando anda por las calles y las personas lo saludan, se interesan por su salud o el trabajo.
   
Justo Vega y Adolfo Alfonso formaron pareja inseparable en la controversia y la poesía improvisada cubana. También en la vida, donde fueron como hermanos.
   
En el presente existen muchos verseadores talentosos, “pero admiro de manera particular -no menosprecio a los demás- a Jesusito Rodríguez y Omar Mirabal, pues dominan el idioma, son jóvenes y poseen buenas voces”.
   
La entrevista toca a su fin. Varias horas con este hombre, enciclopedia de la vida en sí, dejan el sabor de seguir a su lado. Conversador imperecedero, a veces meditabundo, Adolfo Alfonso es de su pueblo un servidor, eso ha sido en más de medio siglo de vida artística.(AIN)