Fidel, aviones sobre la Sierra y un desayuno frustrado

Fidel, aviones sobre la Sierra y un desayuno frustrado
Esteban Delfín Leyva

El Comandante en Jefe, Fidel Castro Ruz, cumple 86 años de una vida pródiga, llena de esfuerzos, sacrificios y combates por liberar a Cuba y lograr que su pueblo alcanzara la plena dignidad humana, y luego brindara su solidaridad internacionalista a quienes lo necesitaran en el mundo. La siguiente anécdota –contada por un camagüeyano e inédita hasta hoy- nos acerca al altruismo que ha caracterizado a Fidel.

El doctor Esteban Delfín Leyva Torres, especialista en Propedéutica Médica y hoy jubilado, con casi 74 años de edad, no olvida. Nítidas aún están las imágenes de aquel día -11 o 12 de julio de 1958-, allá por el Alto de Mata, en la Sierra Maestra, Oriente.

Apenas con 19 años estaba en la escuela de reclutas del Ejército Rebelde de Minas de Frío, dirigida por el comandante Ernesto Che Guevara, y cumplía misiones de guía o mensajero.

Por órdenes del Che, había llevado el día antes una planta eléctrica y un altoparlante, con el cual Fidel hablaría a los soldados del batallón dirigido por el comandante Quevedo, rodeados por el Ejército Rebelde en el Jigüe, instándoles a rendirse. Con él llevó a tres periodistas que iban a entrevistar al jefe del movimiento revolucionario.

“Llegué de tarde, casi agotado, tras varios kilómetros de subir y bajar lomas, y franquear cargado 29 pasos del río Yara, acompañado por uno de los reporteros. Iba a regresar cuando llegó Fidel. Le expliqué eran las órdenes del Che, pero dijo: “¡No! Quédate, come algo y descansa, que por la mañana le enviaré uno mensaje explicándole.”

Después me pidió le armara la hamaca y yo, que sabía amarrar el aire de una mosca, lo hice rápido. Preguntó si tenía hamaca, y al decirle que no, me prestó su frazada, que compartí con Orestes Solano (terminó la guerra con el grado de capitán), y esa noche no pasé frío…

Un desayuno frustrado

Me levanté bien temprano y empecé a preparar la mula para el regreso, para irme antes de que empezaran los bombardeos de la aviación enemiga, cuando llegó Celia (Sánchez Manduley) con una lata vacía, de esas de chorizos, y me pidió tibiara un poco de café con leche para que Fidel desayunara.

Cogí un poco de agua del río, busqué tres piedras, ramitas y hojas secas. Hice una especie de nidito, encendí un fósforo y procedí a soplar la llamita para que prendiera la candela. Empezó a salir el humito, pero de pronto apareció una “botona”. Era Fidel que le había puesto el pie encima, para apagarla.

“-¿Pero tú eres bobo, qué haces ahí?
“-Celia me dijo que le hiciera desayuno, Comandante.
“-¿No te das cuenta que los aviones están dando vueltas, verán el humito subir sobre la neblina y no demoraran en bombardear?”.

No terminó de hablar. Me fui a parar… y traqueteó el avión… hacían un anillo, dando vueltas, uno detrás del otro, de manera que siempre iba uno de frente, disparando, explica el entrevistado.

De momento, prá, prá, prá… escuché la ametralladora calibre 50 del avión. Y Fidel se tiró encima de mí, tapándome con su cuerpo, para protegerme. Fue su intención. Yo sentía los latidos de su corazón.

Entonces casi me cargó y salió corriendo hacia un refugio cercano, me metió dentro y me cubrió con su cuerpo para que no me mataran.

Pensé: Coño, este hombre no se ha dado cuenta de lo que significa. Él es el jefe del Ejército Rebelde y de la lucha del pueblo contra el tirano.
“Comandante, este hueco es suyo, pa´usted protegerse”, dije.
Me miró de arriba abajo y calló. Cuando los aviones se retiraron, me llamó: “¡Ven pa´ca, vamos a medir…!

Tú sabes como es él. Se paró frente al farallón y midió con las manos. El avión había metido las dos balas a dos cuartas de su cabeza. “¡Coñóóó, por dos cuartas no me acabaron! Se quedó así un minuto callado, y dijo: “¡Ves lo que te dije…! “Mira que esto…” y siguió hablando.

Yo me tenía que ir. “Ve y dile a Carlos que te de un pedazo de queso y una lata de leche condensada”, indicó. Este picó un pedacito de queso, casi del ancho del filo del cuchillo. Por suerte, Fidel venía detrás, lo vio y le echó tremenda bronca, y él mismo me cortó un buen trozo de queso.

“¿Y la lata de leche condensada?”, preguntó. “La repartiré con los compañeros de Minas de Frío”, le respondí…

Cuando me iba, Fidel me entregó un papel sellado y lacrado para el Che… Nunca podré olvidar aquellos momentos, asegura el médico agramontino Esteban Delfín Leyva Torres.

Por Jorge Luis Betancourt Herrera/Colaborador de Radio Cadena Agramonte