[:es]Hija de mártir santacruceño aún sufre su cruel asesinato[:]

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Se le encharcan los ojos. Los recuerdos de los cinco años de edad los conserva como si los acabara de vivir. “Veo a mi padre con el rostro cansado, llegando del mar. En el hombro traía la jabita repleta de pescado. Era un hombre de mediana estatura, pero eso sí, valiente cantidad”.

Zaida González Agramonte, una vez que el cariñoso pescador hacía entrada por la parte trasera de la humilde casita donde vivían sus abuelos y tíos, le pedía los besos y mimos con los brazos abiertos. La remembranza la reitera para no creerlo muerto, sin embargo la realidad es imposible de cambiar al haber actuado de por medio las manos asesinas hace 59 agostos.

Al crecer la niña la familia le contó lo relacionado con la trayectoria revolucionaria de Jacinto González  Jiménez. “Había pertenecido al Movimiento 26 de Julio (M-26-7). Cayó herido al pretender asaltar e incendiar el tren de Camagüey a Santa Cruz del Sur, junto a otros compañeros de lucha, la mayoría de ellos muertos en el hecho.

 Sólo uno nombrado Orestes Gallardo Ceruto pudo salvarse de milagro, al tirarse de uno de los coches en marcha sobre un tupido marabú. Trato de imaginarme siempre aquel momento terrible”.

A los ensangrentados cuerpos los trasladan en el propio tren, bajándolos frente al cuartel de la guardia rural. “Pero hubo testigos de que mi padre estaba vivo. Lo remataron en el calabozo”, refirió.

Los jefes militares del territorio mandaron a cavar una fosa. Metidos en sacos de yute enterraron los cadáveres de José Chelala Chelala, Waldemar Díaz la Rosa y Jorge Oquendo y del propio González Jiménez, unos encima de otros. “Nosotros vivíamos cerca del cementerio. Los rurales no dejaban de disparar para que nadie se acercara al camposanto”.

Muchos registros hicieron las hienas al servicio de la tiranía de entonces. “Los colchones y lo poco que teníamos lo revisaban a cada rato buscando cosas comprometedoras en las que sabían andaba papi. No tenían frenos para los abusos”.

Ocho meses después en pleno proceso revolucionario, Fidel González, abuelo paterno de Zaida, abrió la tumba en la que se encontraban los restos de los jóvenes revolucionarios para darles digna sepultura.

“El viejo reconoció a papi, hacia mucho tiempo le faltaban los cuatro dientes de la dentadura superior. También encontró en el bolsillo del pantalón que traía puesto un muñequito de plástico que mi abuela le había regalado.

Se demostraba que el miembro del M-26-7 había sido ultimado de un balazo en la cabeza: “Porque abuelito le extrajo el proyectil del cráneo. Durante un largo período abuela conservó esas dos cosas”.

Orgullosos se sienten los seres queridos del mártir por la tarea tan audaz llevada a cabo. Contaba 26 años al caer en combate. Su sangre como la de muchos otros como él, late en las victorias cotidianas.

“Significativo fue para todos nosotros que los restos de papá se trasladaran tiempo después para  el panteón construido a los caídos por la patria”, destacó.

Siendo todavía una niña fue enviada por Fidel para la escuela Ana Betancourt, de La Habana. “Allí estaban muchachas campesinas de toda Cuba. Aprendimos corte y costura, además estudiábamos”.

La fémina al crecer se enroló en las tareas de la Federación de Mujeres Cubanas (FMC) y los Comités de Defensa de la Revolución (CDR). Fue educadora de círculo infantil. De igual manera maestra de la enseñanza primaria, trabajadora del plantel de la educación especial Tania La Guerrillera y pantrista del banco de leche en el hospital municipal, último centro donde laboró hasta jubilarse.

González Agramonte tiene una familia numerosa. Los cuatro hijos (dos varones e igual cantidad de hembras)  le han dado seis nietos y tres bisnietos en los que se ha reproducido el legado del heroico Jacinto.

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