Combatiente santacruceño rememora lucha en el Movimiento 26 de Julio

En la colonia La Guillermina del batey Macareño (hoy Haití) fue fundada una célula del Movimiento 26 de Julio (M-26-7) en el año 1955, acción que en secreto realizaron un grupo de jóvenes con ideas revolucionarias. Ellos deseaban como José Martí una República con todos y para el bien de todos.

Elieser Betancourt Alemán, Coordinador Municipal de la Organización Clandestina y Alberto Guevara Guevara el activista de propaganda, se reunieron con otros siete camaradas en lo profundo de un campo de caña. Habían decidido comenzar la lucha de manera encubierta, recibiendo a partir de ese momento orientaciones precisas de cómo deberían actuar.

Randolfo Bello Roca fue elegido jefe de la célula recién creada. El joven líder con gran madurez política e inteligencia para emprender la tarea, mantenía informado al grupo de las principales acciones del Ejército Rebelde.

“Desde Camagüey nos hacían llegar folletos y periódicos enviados desde la Sierra Maestra, donde se informaba de los combates y las reiteradas victorias de los hombres comandados por Fidel”, evocó eufórico.

Los miembros de la surgida célula en la santacruceña comunidad se valieron de confiables relaciones para recoger armas, ropas, medicinas y dinero, lo que hacían llegar a todas las tropas de los barbudos que transitaban por esa zona. “Al Baracoense que estaba alzado junto a un grupo de hombres le entregamos 50 pesos en efectivo”.

En la tienda de El Moro Víctor Levis, ubicada en el barrio Kinstong, compraron varias mudas de ropa de trabajo e igual cantidad de zapatos altos, de distintas tallas.

“Toda esa mercancía la recibió el Che. Fue Eduardo Mayo, jefe del departamento comercial de víveres y ropas en Macareño, el encargado de informarnos que el Comandante Ernesto Guevara se encontraba en los montes de San Miguel del Junco. Con la fuerza guerrillera guiada por el Comandante Camilo Cienfuegos no tuvimos contacto porque pasó muy rápido”.

Antes de la emboscada

El día 26 de septiembre de 1958 Rosati Garrido y Randolfo Bello Roca fueron al campamento que había establecido el Capitán Jaime Vega (principal líder de la Columna 11 “Cándido González), en Laguna Grande, sin embargo, no pudieron dialogar con él por encontrarse en un lugar llamado La Corea, situado entre Laguna Grande y San Miguel del Junco.

“La idea era comunicarle a Vega la cantidad de guardias que estaban entrando al batey. Decidí dejarle el recado con un señor al que le decían El Quesero, quien estaba bien ligado al jefe rebelde y su gente”.

Al regreso la noche les fue haciendo compañía, muy lejos estaban de pensar lo que sucedería dentro de pocas horas.”Por la madrugada del día siguiente, serían la 1:30 a.m ó las 2:00 a.m, sentimos mi familia y yo un gran tiroteo; vivíamos en el barrio Paco Álvarez ubicado a 3 kilómetros de Pino Tres. Nos enteramos al amanecer que los guardias de Batista habían emboscado a la Columna11”.

La célula dirigida por Bello Roca tomó las medidas oportunas: esconden todo lo que pudiera resultar sospechoso, ante supuestos registros en sus hogares.

“Nos concentramos frente al hospitalito, un guardia de la fuerza enemiga nombrado Santiago Bernal, con el que teníamos gran amistad nos había informado que a los heridos capturados los trasladarían para allí con el objetivo de curarlos”.

Pedro Fornos Palencia era médico en la pequeña institución hospitalaria, cercana al central del batey Macareño, también miembro activo del M-26-7. Él tuvo intención de conseguirle una bata de galeno a Randolfo y un estetoscopio para que pudiera estar cerca de los detenidos, pero fue imposible, atestiguó el entrevistado.

“Se nos acercó un sargento de apellido Taño, que nos botó de donde nos encontrábamos, y nos ordenó situarnos a diez varas del hospital”, significó

Nos ubicamos en un área del parque que existe aún al del histórico inmueble. El doctor Fornos los mantenía informados, sin cometer indiscreciones. “Nos mandó a decir que a los heridos los iban a trasladar para Camagüey para prestarles mayores atenciones”.

Cualquier cosa se podía esperar de las “fieras amaestradas” por Fulgencio Batista, la rabia que emanaba de sus entrañas no la calmaba ninguna inyección. A pesar de las muertes que habían provocado se sentían insatisfechos esos monstruos.

El propio día 27 en horas de la tarde, la soldadesca interrumpe el descanso de los arrestados de la “Cándido González”, los colocan en la cama en el camión encargado de recoger la basura en Macareño. “Los guardias tiraron unas colchonetas en la cama del carro y encima de ellas los acostaron”, señaló sentencioso.

Llenos de complacencia malsana iban los uniformados del régimen de turno en sendos yipis, desde los cuales custodiaban a los debilitados rebeldes. Al llegar al lugar nombrado La Caobita, cuando ya se habían distanciado varios kilómetros del batey, la orden fue ejecutada. La respiración de los 11 camaradas que vinieron de las lomas orientales fue liquidada a fuerza de balas, que a boca de jarro salieron de las armas asesinas.

“A los dos días del hecho José Díaz y yo nos encontramos una mano en el potrero La Engracia, cercano a La Caobita, la tapamos bien y la enterramos ahí mismo con la solemnidad que merecía, era de alguno de esos muchachos a los cuales no les permitieron ver el verdadero triunfo”, refirió consternado.

La búsqueda de otros heridos
La juventud revolucionaria del Movimiento 26 de Julio en Macareño va hacia San Miguel del Junco en busca de otros heridos que pudieran haber logrado escapar. “Llevamos suficientes medicamentos en una embarcación propiedad de Esteban Sosa Falcón y Urbano Monteagudo”.

Al desembarcar e internarse en el monte encuentran a un soldado rebelde en mal estado. A pesar de encontrarse protegido por otros de sus camaradas de la dispersa Columna ametrallada, la bala le había entrado “por la parte baja e izquierda del espinazo y le había salido por debajo del brazo izquierdo… estaba muy mal”, relató Randolfo.

Por Laguna Grande había una casa donde vivía una familia conocida por Los Cobreros, donde estaba otro compañero con una mano herida, los del M-26-7 le dejaron algunos medicamentos para su pronta recuperación,

“Varios compañeros que recibieron impactos de balas no logramos verlos, se habían adentrado demasiado en los bosques y era peligroso seguirlos”.

Bello Roca recuerda el vil ultraje cometido con los hermanos asesinados: “Los enterraron en una fosa común en el cementerio de Santa Cruz del Sur, los tiranos soldados impidieron la presencia de sus familiares, amigos y el pueblo, les truncaron los deseos de acompañarlos hasta su última morada para tributarles los merecidos honores”.

Al llegar el triunfo definitivo al mando del Líder Histórico de la Revolución cubana se les da honrosa sepultura a estos dignos hombres. Luego son trasladados sus restos para el monumento erigido a los caídos de la Columna 11 “Cándido González”, en el propio lugar donde una “herradura” mortífera y repleta de cobardía les tronchó los sueños de libertad. Desde ese solemne lugar los restos de los 33 hijos que perdió la patria se convirtieron en ejemplo eterno.