Mujeres y enfermedad renal crónica: puntos de mira

Las mujeres que padecen una enfermedad renal crónica (ERC) presentan un grupo de particularidades que hacen necesaria una individualización de su asistencia.

Es esta la premisa que subrayan a Granma los doctores en Ciencias Beatriz Torres Rodríguez y Carlos Gutiérrez Gutiérrez, de la Sociedad Cubana Multidisciplinaria para el Estudio de la Sexualidad (Socumes), al dialogar sobre las vulnerabilidades a que están expuestas.

«El número de enfermos renales crónicos se incrementa año tras año. Los beneficios tecnológicos y sociales producen un aumento de la expectativa de vida, personas que antes morían precozmente ahora viven mucho más», apuntaron los profesores.

Generalmente, los enfermos renales tienen una larga evolución, pero durante este periodo se producen diferentes cambios en la esfera bio-sico-social. Resulta determinante que no solo los equipos de Salud y los pacientes y sus familiares, sino todo el micromundo que les rodea, conozcan estos cambios para, siempre que se pueda, prevenirlos, advirtieron los investigadores titulares.

A juicio de los entrevistados, si bien los avances tecnológicos y terapéuticos, ya sea diálisis o trasplante renal, han contribuido al aumento de la supervivencia de los pacientes con ERC, se necesitan otros aspectos, de por sí mucho menos costosos, pero muy humanos y solidarios, para lograr una calidad de vida percibida como satisfactoria.

«En el caso de las mujeres, estas enfermedades tienen una connotación particular en su vida sexual y de pareja, pues sufren una serie de cambios físicos, síquicos y sociales que afectan directamente su salud sexual y, por tanto, la relación».

Esos cambios están relacionados no solo con las alteraciones orgánicas producidas por el daño renal y con la repercusión que sobre la esfera sexual pueden tener diferentes enfermedades asociadas, como la diabetes mellitus, la hipertensión arterial y las enfermedades cardiovasculares; sino también con los cambios síquicos que se relacionan con el impacto emocional sobre la paciente y su familia, al diagnosticar la ERC.

Tales impactos –explicaron los entrevistados– se manifiestan a través de estrés, depresión, ansiedad, sentimientos de culpa e inseguridad, entre otros, que las llevan a cambiar patrones de comportamiento, estilos de vida y procesos de construcción en su nueva identidad, ahora como enfermas crónicas.

«A todo esto se le suma que la independencia de que gozaban antes de enfermar, en mayor o menor grado, cambia hacia una situación de dependencia», insistieron los entrevistados.

ERC y violencia, aguzar la mirada

«No hablemos de manifestaciones explícitas de violencia hacia estas mujeres como el maltrato físico o verbal evidente, excepcional en nuestro país, sino del maltrato solapado, aparentemente ingenuo, ese sicológico que tanto duele; de la falta de consideración. Todo esto también constituye violencia», manifestaron los profesores, quienes en este sentido llamaron a aguzar la mirada.

«En el proceso natural del maternaje, pasar del rol de cuidadoras y centro de sus familias a ser sujetos de cuidado es muy difícil. Su familia también pierde una cuidadora, que ahora necesita ser cuidada. En la realidad, a pesar de tener, por ejemplo, que recibir un tratamiento dialítico varias veces a la semana, cuando regresa al hogar tiene que enfrentar diferentes labores y responsabilidades, como si no estuviera enferma. Y no es que se obligue al reposo constante, de hecho resulta saludable que se mantenga todo lo activa que pueda, pero con la mayor consideración y no como una obligación sin alternativas», señalaron.

No es infrecuente, además, que se produzca escasez de cuidadores para ellas, y tampoco resulta excepcional que tenga que mantener su rol de cuidadora de la familia, a pesar de todo.

«Especial atención y reconocimiento también merecen las mujeres que cuidan a un enfermo crónico, muchas veces durante décadas de vida, y que tienen que abandonar planes y proyectos. También, en ocasiones, son abandonadas y pueden ser víctimas de violencia de diferente tipo, incluso de una forma explícita, por el mismo enfermo que ella pacientemente cuida.

La sexualidad, una zona de silencio

Se ha planteado que hasta cuatro de cada cinco pacientes con ERC padecen algún tipo de disfunción sexual, apuntaron los investigadores.

En opinión de los mismos, este aspecto suele obviarse en las consultas porque resulta difícil de abordar y porque, a menudo, es embarazoso. «Existe escasa evidencia en la literatura científica y trabajos de investigación, nacionales e internacionales, que aborden el tema de la calidad de vida sexual en las mujeres con ERC. Hasta ahora, los esfuerzos en investigación han estado centrados, mayoritariamente, en el sexo masculino».

La interrogante que hay que hacerse, comentaron, es: ¿cómo enfrenta la pareja esta situación? «En muchos casos constituye un motivo más para recriminar a la mujer enferma. Se olvidan los halagos y las ternuras, otras veces las abandonan o les son infieles. Afortunadamente, la mayoría de las parejas adaptan su vida a cada situación y el amor se mantiene», sostuvieron los entrevistados.

De acuerdo con los investigadores, todas las enfermedades crónicas pueden alterar la calidad de vida de un individuo, pero son especialmente graves cuando inciden en la esfera sexual y reproductiva. En la mujer pueden manifestarse, principalmente, por la ausencia o disminución del deseo sexual, la disfunción orgásmica, la dispareunia (coito doloroso), el vaginismo y otro aspecto relacionado con la salud reproductiva, como la infertilidad. Esta última puede recuperarse, principalmente, después de un trasplante renal exitoso.

Especial énfasis hicieron los entrevistados en el hecho de que si todo lo anterior no bastara para complejizar la situación, la mayoría de las mujeres con ERC no consideran relevantes las manifestaciones de malestares o disfunciones sexuales que pueden experimentar como parte del complejo espectro sintomático de su enfermedad.
«Se centran en esta última, como siempre, luchando a brazo partido por los demás: ser madre, esposa o cuidadora a cualquier precio. Y no por estar enfermas dejan de ser violentadas de muchas formas, olvidando o relegando sus propios deseos e intereses», advirtieron los expertos.

Del mismo modo, insistieron en que si los elementos anteriores son importantes en cualquier grupo de mujeres, en el caso de las que sobrepasan los 60 años pueden ser doblemente violentadas, por la enfermedad y por la edad.

Para los doctores Torres y Gutiérrez, «debemos aunar esfuerzos, los equipos de Salud, las pacientes, su familia, especialmente la pareja, los compañeros de trabajo, los vecinos y la sociedad en general, para que estas mujeres mantengan el placer por la vida, perciban siempre la ternura y la solidaridad humana».

Educarlas y educarnos para el autocuidado, así como en la responsabilidad compartida del resto de la familia y la sociedad, es una forma de alejarlas de la discriminación y de las violencias, algunas evidentes, pero la mayor parte de las veces ocultas.

«Que los únicos objetivos no sean que su supervivencia sea mayor, que los parámetros biológicos sean satisfactorios o que reciba un buen tratamiento en consulta o una buena diálisis o trasplante si progresara su enfermedad. Eso no nos hace los mejores médicos o familiares, el objetivo supremo debe ser que viva feliz y para ello no puede estar sometida a ningún tipo de violencia», concluyeron.

EN CONTEXTO:

El I Consenso de ERC y Sexualidad, celebrado en Cuba en el 2014, propuso estrategias a seguir ante una mujer con ERC y trastornos sexuales:

-Confeccionar una historia médica, sicológica y sexual de la paciente y su pareja.
-Valoración por un equipo de sicología que considere los trastornos emocionales a que son sometidas estas pacientes.
-Tomar las conductas pertinentes en función de mejorar cualquier efecto secundario corregible de la ERC o del tratamiento, que puedan estar involucrados tanto en la esfera sexual, como en la vida familiar.