Madurez llegó antes que estatura a santacruceño hijo de obrero agrícola

Sus padres no se conformaron con el  nacimiento del primer hijo varón, quisieron embellecer la casa de techo de guano, paredes de tablas obtenidas de palmas de yarey y piso de tierra, con las sonrisas de dos hembras. Luego los progenitores determinaron ampliar la descendencia, trayendo al mundo dos niños más.

Los pequeños nacieron en la finca Santo Domingo del barrio San Pedro, término municipal de la localidad santacruceña. “Luego al triunfar la Revolución Cubana esa zona comenzó a pertenecer al municipio camagüeyano de Vertientes”, comentó Eduardo Miguel Pérez Sarduy el mayor de la prole.

Tiene 72  calendarios, los recuerdos de aquella época los conserva incólumes.  “Para la gente pobre nada era fácil mucho menos para los que vivíamos en el campo. Papá era obrero agrícola, trabajaba labrando traviesas en medio del monte. Arreglaba cercas, chapeaba potreros, picaba bolos, postes de yana, arabo, júcaros… sin tener buena alimentación ni un salario que lo respaldara. El pago era con víveres adquiridos en la tienda del dueño de la “Santo Domingo”.

A los ocho años el inquirido quiso acompañar al padre. No quería continuara sólo en medio de la manigua. Ya él se había herido un pie. Hubo de regresar para la casa sin auxilio de persona alguna.

“Yo tenía ocho años. La madurez, indicó, me llegó más rápido que la estatura, pues en aquel entonces las familias sobrevivían recibiendo la ayuda del montón de hijos bajo su cobija. No importaba si eran menores de edad.

El viejo le dio a Eduardo Miguel un machete para le picara los gajos a bolos y postes. “Él los amarraba con una soga. Yo montado sobre una yegua mansa los arrastraba hasta el lugar destinado a apilarlos. Volvíamos para el rancho muy extenuados y hambrientos”, evocó.

El tronco familiar era analfabeto. “Mamá empleando una cartilla y la revista bohemía enseñó a sus hijos  a leer y escribir. A la persona iletrada, dijo, cualquiera lo engaña.

Cuando el dueño de la finca dedició buldocear para cercar las áreas marcadas para potreros, le dio la orden al mayoral que comunicara a quienes  allí residían, su salida inmediata del sitio.

“Nos fuimos para la finca La Palmita, en el propio barrio San Pedro, a pocos meses de concluir 1958. La dicha de los pobres de Cuba fue cierta a partir del 1ro de enero de 1959. Comenzamos a tener educación, los mismos derechos, consideración y respeto. ¡Viva Fidel!”, manifestó enardecido Pérez Sarduy.