La epopeya de Menongue regresa a los sueños de un santacruceño


En la víspera del Día del Amor y la Amistad, cuando Cupido preparaba el arco y las flechas, llegaba Reynaldo Márquez Páez al aeropuerto de Menongue. El joven bajó de la nave con la ingenuidad propia de quien no conoce para nada el significado de una guerra. No arribó solo a la República Popular de Angola (RPA), más de 100 hermanos de lucha, hijos de la tierra camagüeyana, vestían como él uniforme de combate. Era el 13 de febrero de 1988.

“A medianoche comenzó la “candela”. Los sudafricanos durante cuatro horas nos lanzaron metralla desde las Wualkirias, armamento muy parecido a las BM, pero menos efectivo”. Era el “regalo”, sin la anuencia de San Valentín, que daba el enemigo armado y financiado por los Estados Unidos. “Le enviamos la merecida “ofrenda”.

Las piernas le temblaron. “Parecía un terremoto lo que tenía en las extremidades inferiores. Le comenté a otro camarada sobre esos síntomas y me dijo haber sentido lo mismo. El miedo, el temor a lo desconocido, da lugar a esas manifestaciones. Me sucedió solamente esa vez. Dicen que el olor a pólvora elimina todo eso, pienso lo mismo”.

Al santacruceño se le ordenó capitanear una escuadra de equipamiento y montaje de cohetes Pechora. “No sé por qué motivo fui elegido. Todos los compañeros teníamos las mismas condiciones revolucionarias. En una contienda bélica cualquier tarea o misión es importante; cada combatiente tenía bien definida la encomienda a asumir”.

Los sudafricanos querían tomar el aeropuerto de Menongue para evitar que por allí entrara el apoyo logístico a las tropas cubanas y angolanas que luchaban en Cuito Cuanavale.

“Nos encontrábamos ubicados alrededor de ese entorno, sagrado resultaba defenderlo. Los aviones traían avituallamiento y pertrechos para Cuito. Nada podía detener ese objetivo. Era cuestión de vida o muerte”.

Tras participar en 66 acciones combativas Márquez va hacia el puerto de Luanda. La guerra había finalizado. “Se preparó, de acuerdo a lo establecido, el armamento cubano para retornarlo a la patria. Luego, serían los restos mortales de los combatientes caídos en el justo desafío”.

“Aún, comenta, viene a mis sueños toda aquella epopeya de Menongue. Observo felices a los compatriotas, entre el humo de la pólvora, por el triunfo conquistado”.