Al sur

Orgulloso de su historia, santacruceño evoca primeros días de 1959


En la parte superior de la frente surcada de arrugas sobresale la cubierta de la impecable gorra verde olivo. Desde su interior sale copiosa la cabellera que el tiempo ha coloreado de plata. La rala barba de José Raúl comparte espacio con el espeso bigote y la recien arreglada perilla.

Este sencillo hombre de 73 onomásticos posee valentía arraigada, con mucha razón, en sus apellidos Matamoros Pérez, que sus progenitores Juan y Dolores le adjudicaron a otros seis varones y cinco hembras.

“Casi tenía los 17 años al triunfar la Revolución cubana. Fue un júbilo hermoso esa conquista encabezada por Fidel. Como lo expresa la canción de Carlos Puebla: Llegó el Comandante y mandó a parar. Esa fue la salvación del pueblo humilde, pobre y olvidado”.

Sobre un bote dispuesto para las largas travesías el padre traía desde la parte más oriental de Cuba una buena cantidad de plátanos a fin de obtener algo de dinero, mientras la madre lavaba a particulares para poder atender mejor a la prole.

“Fueron etapas difíciles… Ni mis hermanos ni yo pudimos estudiar, eso lo hicimos tiempo después, durante este proceso donde sí hay oportunidades para todos. ¡Ah!, otra cosa, gracias a los cocimientos hechos por mamá podíamos curarnos porque el médico no atendía a los menesterosos”.

Tanto malestar conllevaba el rechazo de los obreros y campesinos a los sucedidos gobiernos de turno, fantoches de los poderosos foráneos. “Por eso mucha gente se decidía a conspirar. Yo había descubierto que la vieja escondía un mazo de bonos del Movimiento 26 de Julio (M-26-7) debajo de uno de los colchones”, refiere emocionado.

“Una noche casi es apresada por la policía batistiana, llegaron a rodear la casa. Mamá comentó en susurro que si descubrían lo que tenía la pasaría mal. Mis hermanas todavía pequeñas, en ese entonces, estaban durmiendo; papá andaba con los otros hijos pescando. Fui hasta el cuarto sin decirle nada y escondí el comprometedor fajo en una parte del techo de guano de la casa”.

“Al poco rato en otro yipi vinieron más guardias, uno de ellos conminó a los que habían llegado antes a ir para el cuartel, diciéndoles que la familia de esa morada no se metía en nada. La vieja respiro aliviada y dijo: Menos mal que no entraron. Yo le referí: Vieja, ellos no iban a encontrar nada, lo que usted tenía escondido lo cambié de lugar. Ella me abrazó llorando. Fue mi primera tarea en apoyo a la ulterior categórica victoria”.

La escucha a escondidas de la clandestina emisora Radio Rebelde les permitió a los Matamoros conocer de la derrota del régimen imperante.

“Teníamos un radiecito de pilas desde el cual nos manteníamos al tanto de los avances del ejército liderado por Fidel, Raúl, Almeida, el Che, Camilo y otros jefes. Durante las pesquerías nos metíamos detrás de los cayuelos, sintonizábamos en el mayor silencio la frecuencia insurrecta. Al producirse la huida de Batista soltamos los cordeles, las carnadas y volvimos para nuestra vivienda”.

El joven José Raúl se presentó en el cuartel de Santa Cruz del Sur, edificio que hasta hacía pocas horas había estado en manos de la tiranía. Brillaba el Primero de Enero de 1959. “Fui a convertirme en miliciano. Se negaron inicialmente a aceptarme los rebeldes y la gente del Movimiento 26 de Julio, por no ser mayor de edad. Les expresé que ese era mi deber, accedieron a darme un fusil M-52”.

Aprendí a marchar al lado de muchos hombres y mujeres. Las armas quedaban para siempre en las manos del pueblo uniformado. Cuba nunca más sería traspatio de Estados Unidos ni de nadie, afirmó austero este pescador de langosta, ya retirado.

A José Raúl le queda mucho por hacer todavía apoyado en sus hijos y nietos. La nueva estirpe ha seguido el ejemplo de este excolaborador de la Unidad de Tropas Guardafronteras.

“En el Comité de Defensa de la Revolución (CDR) donde convivo mantengo la vigilancia activada. Los cederistas somos una muralla inquebrantable”.