[:es]Moscú admira y toca con su mirada el trofeo de la Copa del Mundo[:]

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Moscú, 9 jul .-Si hablamos en términos estrictamente deportivos, nada es más importante hoy que el Mundial de fútbol; coronarse y alzar el trofeo de campeón es el sueño de todos de los jugadores, pero los hinchas también tienen derecho a sentirse grandes.

 

Hasta la noche de ayer, el trofeo que levantará el equipo campeón, el próximo de 15 de julio en el estadio Luzhniki, presidió la exposición ‘The History Makers’ en el Museo de FIFA, situado en el Hyundai Motorstudio, en la avenida Nueva Arbat de esta capital.

Asombro, admiración, incredulidad… éxtasis. Todos esos sentimientos y muchos más se podían palpar por encima de la ropa de los presentes en el recinto, decorado al más mínimo detalle con varias joyas de la historia del balompié.

En las paredes se podían admirar los balones utilizados en todas las copas mundiales, sin excepción, desde Uruguay-1930 hasta Rusia-2018; y también colgaban los carteles de cada una de las 21 ediciones de las citas del orbe.

Fotos gigantes de Lev Yashin, el gran portero ruso, Diego Armando Maradona, Edson Arantes do Nascimento ‘Pelé’ o Michel Planiti invitaban a los curiosos a hacerse fotografías o videos espontáneos para guardar la ocasión en el museo de sus vidas.

La exposición no se quedaba ahí, había muchos más tesoros en las salas, muchísima más historia: en una vitrina estaba la réplica de la Copa Jules Rimet, la que Brasil llevó a casa luego de ganar sus tres primeros títulos (1958, 1962, 1970) y luego fue robada en 1983 y fundida para aprovechar todo el peso del oro macizo que contenía.

Se podía sentir el sudor en las camisetas de Pelé, Yashin, Beckenbauer y Maradona, de Messi y Cristiano, de Alesandro del Piero y de Miroslave Klose, el hombre con más goles en citas del orbe (16). Los guantes de Fabian Barthez también tenían su espacio.

Alguna lágrima soltó algún brasileño cuando vio, a escasos 20 centímetros, las botas con las cuales O’Rei disputó el Mundial de 1962, con las cuales puso una y otra vez a todo el planeta a sus pies.

También habían espacios para escuchar las canciones oficiales de todos los campeonatos.

Los tesoros venían uno atrás del otro. El recinto no era grande, pero la historia amontonada dentro de sus paredes es eterna. Al final habían pizarras para que los visitantes plasmaran algún mensaje. La emotividad del momento no tenía límites.

Cien fotos por minuto, miles. El trofeo de la Copa del Mundo era el epicentro de la exposición, pero había espacio para viajar en el tiempo, para soñar.

Costaba trabajo salir del lugar, eso es un hecho, sin embargo nadie tenía el derecho de quedarse ahí toda la vida.

Tras salir del cuento de hadas, todo recordaron inmediatamente que el martes se reanudará el Mundial de Rusia con la primera semifinal Francia-Bélgica. Un días más tarde jugarán Croacia-Inglaterra. De ese ‘Eurogrupo’ saldrá el campeón que alzará el trofeo que nos apretó el pecho y tocamos con la mirada.

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