Martí como fuerza para vivir y crear

Martí como fuerza para vivir y crearEn la carcajada y la lágrima, la euforia y el desaliento, en la creación y el reposo, el ser humano, aunque se encuentre físicamente solo, precisa del legado espiritual de su historia personal de vida, de las herencias y huellas de su cultura propia, y de la identidad que sus semejantes han forjado en el tiempo.

Un hombre solo es nada si no tiene raíces, una mota de polvo en el vendaval, un juguete a merced de las circunstancias y los obstáculos.

Pero cuando es consciente de la obra de quienes lo antecedieron, cuando aprecia los innumerables esfuerzos, acciones, fracasos y sueños de quienes dejaron huellas en la historia de su terruño, y en la larga saga desde que el homo sapiens uso la mente como herramienta esencial, hasta la actualidad, puede estar apto para lo que se proponga.
  
Cuba resulta una isla bendecida, inspiración para millones en el mundo, gracias a estar situada en una de las encrucijadas de pueblos más activas del mundo y por ser cuna de hombres y mujeres excepcionales, con luz bien larga para empeñarse por hacer mejor el futuro de sus compatriotas y de la humanidad.
  
Ejemplos sobran, pero si quisiéramos destilar la esencia, bastaría uno para resumir a todos: José Martí.
  
Hombre ascético, de pequeña y frágil estatura corporal, gigantesco en su proyección creadora en cualquier ámbito, es de esos para quienes el tiempo trabaja siempre a su favor.
  
Martí deviene primordial joya espiritual de los cubanos, inspirador de los grandes proyectos, estímulo para emprender con bríos los avatares cotidianos, paradigma para vivir acorde con la bondad y la belleza en sus múltiples expresiones.
  
El autor de “Nuestra América” resulta agua, pan y sal ahora mismo, cuando el poder hegemónico mundial quiere desterrar las utopías, hacer del hombre un ente solitario, movido solo por el egoísmo, incapaz de asociarse para mejorar al orbe y que la esperanza de sueños comunes sea el material principal en la construcción del presente.
  
Por suerte, el hombre de La edad de Oro se niega a que lo inmovilicen en el mármol frío, lo encierren en monumentos, le arranquen su esencia humana y lo releguen solo al espacio del mito y la leyenda, a los ámbitos inalcanzables de los claustros de piedras anclados en el pasado.
  
El metálico y dúctil Martí es nuestro gran promotor de noblezas, tanto para las utopías colectivas como para los aconteceres diarios, como esa humilde almohadilla de olor que la Niña de Guatemala dio al desmemoriado y que cercana a la piel, será un recordatorio permanente de bondades.
  
A 160 años del nacimiento de ese guerrero de la virtud, que en Dos Ríos cruzó el umbral hacia la eternidad, los cubanos debemos otra vez dar gracias por poder contar en nuestra historia con tal fuerza espiritual, como un escudo, una lanza y un haz de luz para seguir bregando por sueños libertarios comunes y aspiraciones personales de mejoramiento humano. (Por Octavio Borges Pérez, AIN)