Engracia no olvida la odisea del 9 de noviembre de 1932

Engracia no olvida la odisea del 9 de noviembre de 1932El tiempo se torna más verde en las intensas pupilas de la octogenaria santacruceña Engracia Lugones Ávila. Balbucea palabras en tono muy bajo. La oración mora en los labios de esta ciclonera. Hace 79 años le pide al mar ofrezca descanso eterno a los seres queridos que en aquel nefasto 9 de noviembre de 1932, se llevaron las indetenibles marejadas, junto a tantos conocidos del vulnerable poblado, embellecido con la madera fresca de los cedros, caobas y jiquíes, convertidas por el huracán, en astillas asesinas y lanzas, causantes también de tanta muerte.

Imágenes de Santa Cruz del Sur antes de 1932
Imágenes de Santa Cruz del Sur después de 1932
Video con el testimonio de otra sobreviviente

“Me acuerdo bien, bien, cuando comenzó a lloviznar el día 9 por la mañana. Hubo una calma, una calma extraña, destinada a inquietar. Mi papá dijo: Después de la calma viene lo malo”, refiere, mientras abandona las labores manuales en la cesta, recien comenzada a tejer con guano, costumbre heredada de la madre.

Los padres y 8 hermanos, de esta santacruceña, vivían por Ojo de Agua, “era un lugar costero, cercano a las tierras de María Blanco, donde la crianza del ganado era la esencial forma de subsistencia de mi familia”.

El salitre perfumaba el aire silvestre, andaba entre la brisa y brotaba entre la hierba. La vida en la zona tenía su propia felicidad. De día el sol marino abrazaba los montes. La noche traía la oscuridad acompañada del tintineo de las estrellas, el ruido de los insectos y el bramido lejano de las reses, intranquilas en los corrales, ante el abordaje sobre sus lomos de mosquitos y jejenes.

“La lluvia se desató, tanto fue así, que el nivel de las aguas ya daba a media pierna. Mi hermano mayor, se encargó de aclararle al viejo, después de probarla, que esa agua era salada. Papá tomó la decisión de salir de allí con todos nosotros, sin esperar a una posible mejora del tiempo, hubiera sido un milagro”, expresó la fémina mirando al cielo.

A Engracia la tomó en brazos Pepe Lugones, un pariente cercano. “Los chiquitos igual que yo, los llevaban cargados mis padres, y los demás caminaban unidos a ellos. Íbamos atravesando el monte, sin poder hablar, atemorizados por el sonido del viento y las emboscadas hechas por las marejadas, cada vez más fuertes, hasta que papá dijo: ¡Caballero, sálvese el que pueda!”.

Cada uno de los hermanos se llevaba dos años de edad. “La mayor-dijo- a la que decían Cacha, se ahogó, también Enedina. Tampoco pudimos recuperar los cuerpecitos de los demás, solo cuatro nos logramos salvar, y no perdimos de milagro a los viejos. Pepe Lugones me contaba la travesía de él conmigo sobre su pecho. Una veces decidía soltarme y dejarme a merced de las violencias del huracán, creía llevar una muerta en los brazos, pero volvía a acurrucarme”.

Los cadáveres estaban por doquier, “se veían muchachas enganchadas por el pelo en las cercas y niñas muertas en la vía férrea. Fue una mala impresión… se ha vuelto imborrable”.

El salvador de Engracia llegó con ella hasta lo poco que quedaba de la casa de Juana Viamontes. Se metieron junto a otras personas debajo del techo de esa vivienda, derribado por el fenómeno atmosférico. “Me dieron algo de tomar, no recuerdo si fue agua, u otra cosa”, señala afligida.

Cuando fue desapareciendo el riesgo, Pepe llevó a su protegida hasta el poblado rural Gonzalo de Quesada, distanciado geográficamente del litoral. “Allá fueron a dar papá y mamá, repletos de tristeza, pero los reconfortaba en algo, tener aún algunos hijos vivos, a pesar de todo, aunque mamá nunca se recuperó, le encendíamos velas desde el 2 de noviembre día de los fieles difuntos, hasta el propio nueve, en un panteón colectivo, donde fueron enterrados muchos cadáveres en el cementerio local”.

La Lugones Ávila afirma no temerle al viento ni a los ciclones, “pero si alguno va a pasar por Santa Cruz del Sur, como sucedió el 8 de noviembre del 2008 con el Paloma, no me quedo aquí. Cuando vi las imágenes por la televisión del desastre causado comencé a llorar, me hizo recordar aquella tormentosa odisea, donde sí estuvimos desamparados”. (Iliana Pérez Lara/ Radio Santa Cruz)