Daegu, la corte del rey Arturo

Daegu, la corte del rey ArturoUno de los directivos de la IAAF declaró recientemente, de modo sentencioso, que la federación no pretende cambiar ninguna de sus reglas. Al menos por ahora. O que no pretende cambiar una regla en específico. Ni siquiera piensan llevarla a votación, someterla a una simple y elemental relectura. Y esto, prepotente tozudez donde las haya, a pesar de las claras evidencias de su fracaso.

Dicha ley, una ley, por demás, del todo absurda, crucificó el pasado domingo a Usain Bolt. Se había advertido. Que eliminar al atleta -a cualquier atleta- tras la primera arrancada en falso, era, cuando menos, una decisión torcida. En fin: sucedió lo que tenía que suceder. Lo que todos sospechaban e incluso lo que todos temían.

El deportista más brillante de los últimos tiempos, un velocista fuera de toda comparación, ajeno a cualquier límite, y ajeno también, durante unos segundos, al pistoletazo del juez de arrancada, tuvo que salir entre lamentos por la puerta de fondo, y la pista de Daegu se quedó sin espectáculo. Muy azul y muy vistosa, pero sin historia. O con una historia de frustraciones, lo cual es aún peor.

El jamaicano no debió nunca, bajo ninguna de las equivocaciones, pertenecer a esta época. Quizás de aquí a doscientos años, o a medio milenio, Bolt sea un corredor normal. Es decir, quizás sea el mejor corredor del mundo, pero un corredor dentro de la lógica, un atleta que se acople, obedientemente, a la evolución de su especialidad.

Qué triste debe ser para el resto. Bolt mete miedo desde los anuncios. Su carismática pose de insolente, deviene, entre otras cosas, una espeluznante intimidación.

Incluso un corredor de sobrado talento como Nesta Carter, tras la ausencia de Bolt, se quedó tieso, envuelto en cera sobre la línea de arrancada. Solo Yohan Blake, un joven con demasiadas ambiciones como para amilanarse ante cualquier fenómeno, pudo marcar un tiempo decente. Un 9.93 que en la cita berlinesa lo hubiera dejado fuera de las medallas, pero que en Daegu le alcanzó para el título.

Esta fue, con seguridad, la carrera más pobre de los cien metros desde París 2003, donde el incombustible Kim Collins (ahora bronce) se impuso con un pálido y medieval 10.07.

La final del mundial fue un fracaso. Pero olvídese del resto de los ausentes. Olvídese de Powell o de Tyson Gay. Los demás corredores, por absoluto que nos parezca, y a pesar de sus respectivos talentos, son ahora mismo actores de segunda.

Si un día, hipotéticamente, los demás renunciaran (una idea que no parece del todo descabellada), y el bólido caribeño decidiera correr en solitario, a todos nos placería por igual.

Lo único humanamente comparable a Bolt, es su sombra. Eso en el supuesto de que Bolt corra con algo a cuestas. Pues por la limpieza de su estilo, la elegancia de sus zancadas, y la desoladora ligereza de su trayecto, no parece, ciertamente, que nada le acompañe.

Ahora mismo, solo él puede mostrarnos cómo seremos en los próximos siglos. Los otros que podían hacerlo, ya murieron. En cambio, los patrocinadores de la televisión, y los que aprobaron (y ahora sostienen) la ley de la primera arrancada en falso, nos hunden en el pasado, o en el más ordinario de los presentes.

No le demos más vueltas al asunto. Bolt es un yanqui de Connecticut. Y el mundial de Daegu la corte del rey Arturo. (Tomado de Cubadebate)