Cultura

New York City Ballet, su esplendor en Cuba

La Habana, New York City Ballet, festival habanero, programa, buen gusto, virtuosismo, bailarines, dueños, técnica precisa, malabarismoLa Habana, 4 nov .- El New York City Ballet brilló en el festival habanero con un programa dominado por el buen gusto y virtuosismo de sus bailarines, dueños de una técnica precisa, afinada, sin la menor concesión al malabarismo, el relumbre o el artificio gratuito.

Sus dos presentaciones en el teatro capitalino Mella dejaron el sabor de una danza asumida como un juego, incorporada en sus mejores esencias, el cuerpo como vehículo expresivo, dúctil, tocado por la gracia, la contención y elegancia.

El programa llevó el sello de sus fundadores, el georgiano George Balanchine y Jerome Robbins, dos coreógrafos inseparables de la historia del ballet, quienes conjugaron su maestría y talento para imprimir a la compañía un espíritu distintivo.

En el inicio fue la Chaconne, de Balanchine, de estreno en Cuba, con la música de Christophe Gluck como apoyatura e interpretada por Abi Stafford y Tyler Angle.

Luego otra pieza suya, Stars and stripes (Barras y estrellas), tambien debut en la isla, con Megan Fairchil y Andrew Vedette posesionados del escenario, en un diálogo danzario de perfecta armonía, con los saltos y giros, las exigencias técnicas balanchianas propias de su estilo, pero sobre todo el disfrute, la alegría del baile para sí mismos.

La sonrisa todo el tiempo emanando como sostén de la danza.

En el centro del programa, fulgurando, Liturgy, del coreógrafo británico Christopher Wheeldon, dueño de un talento innovador repleto de audacias y rupturas. Su Liturgy convocando al espectador, seduciéndolo, con dos espléndidos bailarines, Teresa Reichlen y Jared Angle.

Reichlen esbelta, magnífica en los rompimientos, en la composición y fragmentación de las formas en el espacio. Wheeldon jugando a construir los cuerpos en una arquitectura nueva, imprimiéndoles la categoría de una escultura en movimiento. Ambos bailarines respondiendo a los mandatos de un coreógrafo que parece no imponerse límites.

La hazaña técnica como un juego natural, como si los cuerpos hubieran sido diseñados para todos los reclamos posibles, dibujándose y descomponiéndose como una forma otra, natural, de conexión con el mundo.

Balanchine de nuevo en el cierre, con Who cares (¿ A quien le importa?) y todo el elenco en escena, con la única excepción del español Joaquín de la Luz, ausente por una lastimadura de último momento que privó al público de su técnica poderosa, que algunos críticos califican de diamantina.

El New York City se despidió con ese Who cares?, un homenaje a Broadway, con el cubano Leonardo Milanés al piano y la música de George Gerswin surcando el espacio. Los bailarines cerrando con una sincronización perfecta.

El público prodigó ovaciones y bravos a esa compañía nacida de núcleo original del American Ballet Caravan en cuyo elenco figuró una jovencísima Alicia Alonso, cuando iniciaba su carrera y tal vez tejía el primer hilo de su futura leyenda.
(PL)