Ni Yeti ni oso desconocido

Ni Yeti ni oso desconocidoHace un par de años, Bryan Sykes, profesor de genética en la Universidad de Oxford, anunciaba la que era, a su juicio, la resolución al misterio de la identidad del Yeti. Tras aplicar modernas técnicas de análisis de ADN a restos orgánicos atribuidos al mítico “monstruo”, llegó a la conclusión de que coincidían, sin dejar lugar a dudas, con los de un oso polar encontrado en Noruega que vivió hace entre 40 mil y 120 mil años.

La explicación más plausible para el profesor era que una especie desconocida descendiente de ese oso prehistórico vive en el Himalaya y ha generado la leyenda del Hombre de las nieves. Por supuesto, la noticia recibió una gran atención por parte de los medios.

Pero resulta que la explicación no ha convencido a algunos. Dos investigadores, Eliécer E. Gutiérrez, biólogo evolutivo en el Instituto Smithsonian, y Ronald H. Pine, zoólogo del Instituto de Biodiversidad y el Museo de Historia Natural de la Universidad de Kansas, han refutado, a través de la secuenciación del ADN mitocondrial, la explicación del oso desconocido. Lo cuentan en la revista ZooKeys.
Un oso ordinario

No es la primera vez que la historia de Sykes cojea, ya que se ha indicado que la muestra podía ser moderna y no un fósil, o que el material genético podría ser engañoso por su degradación. Ahora, la nueva investigación concluye que la gran variación genética existente en los osos pardos hace que sea imposible asignar, con certeza, las muestras de Sykes a cualquiera que las especies o al oso polar. De hecho, debido a la superposición genética, las muestras podrían provenir de cualquiera de ellas. Debido a que los osos pardos viven en el Himalaya, Gutiérrez y Pine creen que no hay razón para creer que las muestras en cuestión procedan de otro que no sea un oso pardo ordinario del Himalaya.

Como parte de su estudio, los científicos examinaron cómo las secuencias de genes analizadas podrían mostrar las formas en las que las seis especies actuales de osos, incluyendo el oso polar y el pardo, y el extinto oso cavernario de Eurasia, podrían ser parientes. Los resultados muestran algunas ideas nuevas, claro que ninguna tiene que ver con el Yeti.

La fascinación por el Yeti comenzó en 1951, cuando una expedición al Everest tomó una serie de fotografías que mostraban las huellas impresas sobre la nieve de un pie gigantesco. A partir de ahí se sucedieron las especulaciones y una criatura similar a un primate, enorme y peluda se instaló con fuerza en el imaginario colectivo.

La ciencia se ha acercado a este tema con dudas e inquietudes. Melba S. Ketchum, exveterinaria de Texas, publicó en una revista creada a propósito para el asunto (ninguna otra de las “serias” quería divulgarlo) que el Bigfoot, como se le conoce en EE.UU., es el descendiente de un cruce entre machos de esta supuesta especie de homínido y hembras de homo sapiens hace 15 mil años. Ahí es nada. Pasan los años y la superstición continúa.

(Cubadebate, con información ABC.es)