Gilberto y Clara, dos santacruceños que aman y defienden lo suyo

Clara y GilbertoLos valores que están sembrados en el alma se tornan perdurables, así permanece la hospitalidad en el poblado rural Cuatro Compañeros, del municipio Santa Cruz del Sur, sitio donde un estrechón de manos de cualquiera de sus pobladores equivale a recibir la buena sombra de la amistad generosa.

Tras andar recientemente por esa tierra, reconocida por tanta historia atesorada, en una humilde casa exenta de esplendores, sus moradores sin siquiera conocernos nos dieron una familiar acogida. Tuvimos la corazonada que habíamos sido recibidos por gente coronada de modesta honra.

El agua extraída de una tinaja poseía la temperatura indispensable: pudimos aplacar la sed. Aunque había premura por continuar camino, se nos invitó a reavivar las energías sobre vetustos taburetes, esos donde el cuero de chivo del cual están cubiertos, se convierte de pronto en el mejor de los asientos.

Gilberto Álvarez Jiménez, al que por allá conocen por Beto, cuando comienza a conversar, echa hacia atrás, en su cabeza, el sombrero de guano, dejando entrever que no tiene un cabello encanecido, como mota de algodón, por gusto. Desde sus ojos pequeños y claros, sale la mirada grácil, donde se desliza la modestia.

La mujer que lo ha acompañado durante más de medio siglo, forjando una numerosa familia, es Clara Borges Primelles: la ternura personificada. Del café recogido en su propio patio, hace unas coladas, que luego de saborearlas, cualquiera se quita el sombrero, por ser la mejor de esos lares.

Ambos son hijos de familias campesinas, las cuales no estuvieron ajenas al desamparo. “Lo viví en carne propia, refiere Álvarez, porque un hermano mío murió al no tener mis padres dinero para poder hospitalizarlo…”, apenas puede seguir haciendo alusión al asunto, pues la voz se le oprime.

“Se pasaba de todo, como pobres al fin. ¿A qué rico le importaba si uno tenía comida en la casa, ropas, zapatos o un enfermo, medicinas? Cuando crecíamos enseguida en la casa los viejos nos ponían a trabajar, eso fue lo que conocimos y a lo que nos dedicamos. Cuando niños jugábamos bien poco… En medio de un monte sólo hay mucho trabajo. Los muchachos de hoy en día pueden darse golpes en el pecho y darle gracias a esta Revolución, no se quedarán sin estudiar como nosotros”, reflexiona Borges.

“Antes del triunfo de la Revolución había que salir a buscar los pesos donde se pudieran ganar, salí del poblado Aguilar donde vivía y vine para Cuatro Compañeros. Unos guardias rurales, como no me conocían, me pararon y registraron, uno de ellos me apretó duró los testículos, a otros campesinos los tenían tirados en el suelo… me engurruñe del dolor, no pude aguantar más y le dije una palabra ofensiva. Suerte que me soltó, y no me dio un tiro”.

Clara evoca como aquellas gentes “que no tenían cómo buscarse la plata en el campo, pasaban las mil y una noche entre las angustias… no era fácil”.

El paso por este lugar de las Columnas Invasoras comandadas por Camilo y el Che, hacia el Occidente reeditaron la gesta mambisa. Entonces ya se albergaban esperanzas de un cambio a favor de los humildes.

“Primero pasó Camilo, fue por la madrugada, en esa época yo vivía en Forestal. Sentimos las bombas… Nos despertamos preguntándonos qué pasaba., luego se nos dijo que la gente de Batista, al saber el paso de esos rebeldes, empezó a tirarle con todo para impedirles continuar”, manifiesta Clara.

Beto sintió el traqueteo de las ametralladoras, sin saber lo que había. “Como mi padres tenían la casa a la orilla del río, aquí mismo en Cuatro Compañeros, los guardias habían emplazado una ametralladora muy cerca. Cuando salí, había una avioneta tiroteando por varios lugares, al alejarse fui a procurar por los viejos y mis hermanos, al principio esos guardias degenerados no me dejaban pasar, les grité: dispárenme si quieren. Un señor intercedió, bajaron la cadena y seguí… todo el mundo en la casa estaba bien”.

Al llegar Ernesto Guevara de la Serna a este terruño el patrullaje y la vigilancia de los sicarios era constante.

“El y sus hombres tuvieron que tirarse al río y romper mucha manigua… llegaron por la tardecita… los guardias estaban al acecho. Tuvieron que meterse monte adentro. Tanto de una columna como de la otra los hombres se desperdigaron, imagínate era fuego contra fuego. Después pudieron concentrarse y seguir, fue una lucha dura”, indica la anciana.

Cuando triunfaron los barbudos, dirigidos por el líder histórico Fidel Castro, “para los pobres como nosotros, significó la salvación”, coincide en afirmar esta franca pareja.

“Fidel es lo más lindo que pueda existir”, significa la fémina. “Cuando lo presentan en la televisión me pongo tan contenta, que ese día no duermo, el desvelo es grande”.

“Gracias a él, expresa Beto, tuvimos verdaderamente el derecho a la tierra, a ser considerados seres humanos. Por esta Revolución Clara y yo lo hemos dado todo y lo seguimos dando todo. Quienes amamos este proceso no lo traicionamos, aunque nos cueste la vida”. (Raúl Reyes Rodríguez/ Radio Santa Cruz)