Padre y abuelo

Padre y abueloSé de un hombre que daría la vida por mí, así sin más, sin siquiera ser necesario; un hombre que hace mucho dejó de soñar para sí y pasó a dedicarme todos sus pensamientos; un hombre como ninguno, o como otro muchos, quién sabe. Un hombre al que suelo llamarle abuelo, aunque bien podría decirle papá con todos sus aumentativos.

Este año cumple sus 70, pero todavía ni una sola cana le asoma, no porque use el truco del papel carbón o tinte negro, sino sencillamente porque ese es uno de los dos vestigios físicos de juventud que le quedan. El otro es su fortaleza no aparente.

Nadie imagina que detrás de ese cuerpo flaquísimo, ya encogido, haya un tipo que se echa al hombro ciento y tantos litros de leche; que todavía recorre en bicicleta, con su esposa “engarranchada”, los casi ocho kilómetros que separan su casa de Previsora; que baja y sube los tres pisos de su apartamento en el edificio 32, alrededor de unas 15 veces por día, sin la más mínima exageración.

Pero lo que hace un verdadero superabuelo a este Rogelio, “el mejor mecánico de carros americanos en Camagüey” y “el mensajero más demandado en Montecarlo”; es su vitalidad espiritual y su envidiable capacidad de vivir para los otros sin esperar nada a cambio. De ello dan fe las tres generaciones de descendientes, los de sangre y los postizos, que hemos encontrado en él al padre y amigo que todos debieran tener.

Sacrificado como nadie; cariñoso en dimensiones exageradas; sabio como pocos, a pesar de su sexto grado; indulgente a la enésima potencia. Pero sobre todo un superviviente, un apostador por la vida, porque cuando perdió a su hija y sintió que la suya también acababa, oprimió su dolor y se dedicó a existir para sus dos nietas. Una de ellas es quien le escribe hoy estas líneas.

Solo una cosa no lo hace el hombre perfecto: sus celos; enaltecidos desde que los hombres empezaron a rondarnos; pero por suerte los encontramos buenos y bonitos, y entonces él ha aprendido a domarse, a sufrir en silencio el que ya ninguna de las dos esté bajo su mismo techo; y así ha sentido que nos quiere más desde los vacíos que deja la distancia.

Probablemente él jamás lea esta cuartilla, porque no tiene la más mínima idea de lo que es Internet; aunque lo he visto vencer cada obstáculo que ahora mismo no dudo nada. Pero eso no importa, porque hoy estaré al lado suyo, y le daré todos los besos que yo y él queramos, los que son necesarios y los de lujo, si es que los hay. Y podré decirle sin mucha palabrería la frase que más lágrimas le ha arrancado en su vida: Te quiero mi “papabuelo”.

Por Arailaisy Rosabal García/ Radio Cadena Agramonte.