Capablanca, historia y leyenda

Cuentan que llegó a las nueve de la noche al neoyorquino Manhattan Chess Club. A un amigo confesó que no se sentía bien de salud. No obstante, tenía buen humor e hizo una de sus bromas habituales a dos trebejistas inmersos en un cotejo.

Mientras observaba el tablero escaqueado se levantó de pronto y con voz angustiada gritó:”Ayúdenme a quitarme el abrigo. Le condujeron a un sofá y un médico presente ordenó su traslado inmediato al hospital Mount Sinaí.
 
Llegó en estado sumamente crítico. Al amanecer, ya ocho de marzo de 1942, dejaba de existir José Raúl Capablanca.
Poco menos de medio siglo atrás su nombre comenzó a ser noticia, cuando con menos de cinco años, el 17 de septiembre de 1893, disputó su primera partida pública en el Club de Ajedrez de La Habana.
   
Su rival, obviamente, le dio ventaja de dama. El niño prodigio hizo gala de su talento y venció inobjetablemente.
A los 11 años se enfrentó en una serie amistosa pactada a 14 encuentros a Juan Corzo, considerado el mejor jugador de Cuba, a quien venció 4-3.
   
Historiadores y periodistas le atribuyen desde entonces la obtención del título de campeón de Cuba, lo que es inexacto, como puede comprobar cualquier lector con una oportuna revisión de la prensa de la época.
   
Su nombre acaparó cintillos en la prensa mundial tras sus actuaciones en un tope con el estadounidense Marshall, derrotado por él 8-1 y 14 tablas, y en los torneos San Sebastián 1911 y San Petersburgo 1914.
   
Conquistó el campeonato del orbe en 1921, al vencer al entonces monarca Enmanuel Lasher 4-0 en 14 partidas. De 1918 a 1924 se paseó invicto en las lides internacionales y empezaron a llamarle “la Máquina de jugar ajedrez”.
   
Amante de las artes escénicas, la ópera y el ballet, por aquellos días el realizador Pudovkin lo convenció de actuar como coprotagonista en un filme donde se interpreta a sí mismo.
   
En 1927 alcanzó el mayor éxito de su carrera al imponerse por dos puntos y medio de ventaja a una nómina de lujo integrada por Aliejin, Nimzowitch, Vidmar, Spielmann y Marshall, en un sextangular a cuatro vueltas.
   
Ese año, subestimando a su rival, fue sin una correcta preparación a la defensa de su corona contra Aliejin, y este lo doblegó 6-3 en 34 juegos.
    
Nunca más pudo el cubano disputar el título mundial pues los desgobiernos de turno en la Isla  le negaron siempre apoyo oficial.
   
Por otra parte, en la década de 1930  surgió una joven e impetuosa generación en el mundo de los trebejos y aunque Capablanca alcanzó la cima en las lizas de Moscú y Nottingham en 1936, fue ampliamente superado en AVRO-1938.
   
Aquejado de hipertensión arterial, la dolencia se vio agravada por el olvido de los que desgobernaban a Cuba, quienes incluso amenazaban con despedirlo de su cargo diplomático, en medio de unas excesiva demanda judicial de su ex esposa.
   
Aún así representó a su patria en la Olimpiada de Buenos Aires 1939 en el primer tablero y contribuyó al decoroso onceno lugar alcanzado allí por la representación antillana.
   
Ese fue el canto de cisne, el último saludo en el escenario de las 64 casillas de un genio a quienes sus coetáneos llamaron “alpinista del juego ciencia y él mismo una cima del ajedrez”.(AIN)