Martí nuestro de cada día

Martí nuestro de cada día“Un misterio que nos acompaña”. Qué alguien me diga cómo superar esa definición lezamiana de nuestro José Martí, el de todos y también –por qué no– el de cada quien, personal e intransferible, ora real, ora sobrehumano, que llevamos bien adentro, algunos casi sin saberlo y otros cual preciado amuleto.
   
Definitivamente, misterio es, que sobrecoge, inquieta, atrae, deslumbra y convida a develarlo, aunque nunca del todo, para poder volver, una y otra y otra vez, siempre en busca de más.

Pero, más allá del enigma, o quizá en su mismísima raíz, Martí es un amigo. Al encuentro de ese hombre –que tanto amó a los niños, supo entenderlos y llegar a su corazón–, hemos ido todos en la infancia, y ante el busto en la escuela o en las páginas de “La Edad de Oro”, fueron entretejiéndose los hilos y sellada una amistad para toda la vida.
   
Y, como amigo, a Martí acudimos –en las buenas y, más aún, en las malas– porque es remanso y es brío, oráculo y sortilegio, brújula en cada encrucijada, refugio contra tempestades, confidente de alegrías, esperanzas y sueños, consuelo para las penas, fuerza para afrontar desafíos y rigores.
   
Igual que al camarón del cuento, lo llamamos para que nos saque del apuro, sin que haga oídos sordos, porque sea lo que sea que buscamos, en ese pozo de sabiduría infinita hallaremos siempre respuestas: la frase perfecta, el argumento irrebatible, el consejo sensato, el verso enamorado…
   
Claro que hay que leer –y mucho– a Martí: al político genial, al pensador visionario, al periodista y escritor, al pedagogo, al poeta, al dramaturgo y al crítico de arte, pero, por sobre todas las cosas, tenemos que aprender de Martí, pensarlo, sentirlo y vivir y obrar martianamente, hoy más que nunca.
   
Aunque otros son los tiempos, el egoísmo, la soberbia, traición, vanidad, codicia, mezquindad y tantas miserias, siguen siendo los peores enemigos de la raza humana. Como entonces, se trata de elegir bestia y ángel, yugo y estrella, Goliat y David, la América de Monroe o la de Bolívar, el caos y la destrucción, o la razón y el equilibrio del mundo.
   
En ese hombre transido de amor, que pudiendo tenerlo todo echó su suerte con los pobres de la Tierra; en sus ideas, prédica y actuar consecuente, están las claves y esencias.
   
Símbolo de cubanidad, José Martí resume nuestro devenir y señala nuestro destino como nación.  ¿Acompañarnos? Siempre, pero en tan azarosa travesía, ese ser humano terriblemente puro –al decir de Gabriela Mistral– no es simplemente un compañero de viaje, sino luz de aurora que guía y alienta. No soltemos su mano entrañable y salvadora. (Por María Elena Álvarez Ponce, AIN)