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¡Imprescindibles!

¡Imprescindibles!Tienen nombre: Clara Rosa, Isabel, Yaumara, María Elena, la Nena, María Félix, Ileana… sienten, padecen, sufren a diario los avatares de la existencia. Pero siempre las encuentras en su sitio ofreciéndote ese hálito imprescindible para seguir.
  
Sueñan, anhelan, crean, fundan: escriben a diario las mejores páginas de esa vida de historias no contadas, casi clandestinas, ocultas en los espacios menos imaginados y que, a pesar de lo subrepticio, no dejan de formar parte de la cotidianidad en la cual ofrecen su sonrisa. No importan los problemas ni su dimensión: sortean la bravura de la vida.
  
¿Quién las inventó? ¿Cómo aparecieron de súbito en el umbral de los humanos? ¿Quién les encumbró todo el andamiaje de ternura que arrastran consigo?
  
Nada importan la convulsa ciudad ni las vorágines, allí las encuentras, calladas  bullangueras, envueltas en las disquisiciones: desde el ¿qué haré hoy de comida? hasta si santita hará correr por los campos al peón. Todo juega. El   el alma humana las envuelve y en ella depositan sus más caros sueños y desvelos.
  
Bastan apenas la sonrisa o la mirada cómplice: allí las descubres con la mano extendida, la palabra ineludible y cierta, el consuelo vital que resucita y sana aún cuando las voces esotéricas de las más allá, sentencien los latidos del último suspiro. Nunca abandonan la batalla por férrea que parezca.
  
¿Se puede acaso pedir más?
  
Tienen nombre, sí, pero rayanos con la existencia humana, como salidos de ignotos manuscritos o astrales predicciones, o tal vez calladas cábalas… pero lo cierto es que nos dan albergue durante nueve meses sin pedir nada a cambio, si acaso alguna que otra poco perceptible patadita.
  
Por eso no se equivocó el poeta cuando sentenció: “cada vida es la suya”. Si alguien, por resquemor, vaticina alguna causa por perdida, levantan la mirada escrutadora y auscultan recónditos sentimientos.
  
Desgranan entonces lágrimas nacidas desde lo hondo en el desván de los insomnios. Al fin y el cabo, entre risas y llantos, tienen el raro privilegio de vivir y hacernos existir.
  
Tienen nombre, sí: son nuestras hacedoras de quimeras y cada amanecer devienen silvestres flores. Jamás piensan que están vencidas. Siempre se atreven y apuestan a ganar, porque saben es la única forma de lograr sueños en la vida. Las derrotas no existen en su vocabulario.
  
Ellas, por naturaleza, saben -como sentenció Pablo Neruda- que “la suerte es el pretexto de los fracasados”. Conocen en profundidad cómo compartir la felicidad para multiplicarla.
  
¿Puede acaso pedirse más? Cuidémoslas, y hagamos de este octavo día de marzo algo repetible en el resto de las miles de horas que entraña el año. Multipliquemos no solo panes y peces, como reclaman bíblicos manuscritos. Démosles amor, y lloverán flores. (Por Marcos Alfonso/ Servicio Especial de la AIN)