El jazz es tradición, alma, innovación

El jazz es tradición, alma, innovaciónHabana, 3 oct. – Wynton Marsalis, el afamado trompetista norteamericano, se encuentra en la Isla para ofrecer cuatro conciertos junto a la orquesta de jazz del Lincoln Center. 

EL año pasado Roy Haynes, el baterista norteamericano, alarmaba a los seguidores del jazz con sus declaraciones. En una entrevista con el periódico español La Vanguardia, decía que el género se había convertido en una música «minoritaria y, quizá, con cierta tendencia a la repetición de modelos».

Su colega, el trompetista Wynton Marsalis —recién llegado a La Habana para ofrecer cuatro conciertos en el Teatro Mella con la orquesta de jazz del Lincoln Center y colegas cubanos—, opina que no se trata de una pérdida de creatividad entre los cultores del estilo.

Marsalis siempre recuerda las palabras de Paco de Lucía: «El alma llora por tradición y la mente busca la innovación». Para Wynton es importante «iluminar la tradición con lo nuevo». No se cansa de explicar que ambos conceptos están unidos por un cordón umbilical indisoluble.

«Donde no hay tradición, no hay alma, no hay riqueza», repitió el músico estadounidense al mediodía de este sábado, a su llegada a la Isla. Wynton aprovechó un minuto de su apretado tiempo en la capital cubana para enviarles un mensaje a aquellos que se inician en la Isla en las lides de la improvisación. «El jazz es una bella forma del arte, que quiere comunicarse con las otras artes. Enseña a tener dignidad, a respetar la individualidad de los demás, y a cómo trabajar con ellos».

Pero la visión del trompetista va más allá del plano artístico para adentrarse en lo que esa sonoridad produce en las personas. «No importa cuán mal o cuán difícil sea una situación, (con el jazz) siempre hay instantes de alegría».

Le acompañan en este viaje jóvenes instrumentistas como Carlos Enrique. Él, afirma Marsalis, «es un ejemplo de músico joven. Era un niño de 14 años cuando lo conocí. Actualmente dirige nuestros ensayos, compone, estudia la historia de la música, y hace que los artistas que estamos fuera de la tradición afrolatina, tengamos un respeto muy grande por ella. Él nos hace entender cómo es esa música y cómo hay que tocarla».

Existe un gran secreto para mantener la pasión por hacer arte: estar siempre «inspirados». Wynton lo sabe. Ha brillado en los escenarios de su país por expresar el palpitar de su gente y reflejarla desde la esencia de lo que son.

Su perspectiva de la música va más allá de los encasillamientos. Le gusta mirar to-dos los géneros con reverencia. Aprende de sus exponentes y también, de paso, colabora con ellos.

Explica que en su estancia con la orquesta de jazz del Lincoln Center ha podido actuar con músicos de todas las edades y estilos. Desde Chris Mcbride, Nicholas Payton, Chano Domínguez y Paco de Lucía, hasta Bob Dylan.

Esa práctica de desdoblarse y adentrarse en los conceptos musicales de otros artistas, buscando la calidad como premisa, le viene desde hace mucho tiempo. Un recuerdo gratificante fue la llegada a su vida de la música cubana a través de una grabación de Chucho Valdés.

«Tendría unos diez u 11 años. Mi padre vino y dijo: Esto es lo que están haciendo en Cuba». Ahora, dice Marsalis, «tengo la oportunidad de sentarme aquí, al lado de él».

Su relación con el pianista cubano se consolidó en 1996 cuando Chucho, de visita en Estados Unidos, le obsequió unas partituras con algunos montunos. «Intenté aprender a tocarlos», confiesa Wynton. «Él fue a mi apartamento, tocó en el piano. Le decía (luego) a la gente: “Estuvo aquí, tocó en este piano”.

«Un músico de Nueva Orléans, que estaba ese verano en mi casa, creó una banda a partir de esa experiencia. La nombró Los hombres calientes de Nueva Orléans. Él escuchó a Chucho y se inspiró para fundar su proyecto», reveló.

Es que Marsalis es un ferviente admirador del jazz que se hace en nuestro continente. «Siempre he tenido mucho respeto por la música latina y por la profundidad de su tradición», dice.

Cuenta que cuando llegó a Nueva York, tocó con algunos grupos de salsa. Allí conoció al trompetista Víctor Paz, quien lo tomó «como si fuera su hijo», y al saxofonista Mario Rivera.

Fue Alberto Socades quien le ayudó a entrenar el oído, «pero no sabía quién era» y desconocía en aquel momento «sus aportes a la historia de nuestra música».

Siempre que escuchaba a los de su generación, Wynton se frenaba un poco. Sentía que no sabía suficiente sobre jazz latino. No obstante, algunos colegas le comentaban que él tocaba con la clave de Nueva Orléans.

Marsalis igualmente insiste en la enseñanza. Tiene vocación por educar desde la vivencia personal. Deja aflorar su vida en esa profesión porque «ser culto, educado, te permite tener una existencia más rica. Y hay muchas maneras de educarse. Cuando Chucho me dio estas partituras de montunos, no estuvimos dentro de un aula, pero me dijo: “Apréndete esto”. Y después se sentó y me lo tocó. Eso es educación, porque es natural».

Ahora que se acercan las presentaciones en Cuba —previstas para los días 5, 6, 7 y 9 de octubre—, Marsalis, Chucho y la orquesta de jazz del Lincoln Center se alistan. Ellos tienen pensado interpretar música tradicional y también, como adelanta Wynton, «ocho o nueve temas que nunca antes se han escuchado. Chucho tiene ahora mismo un nuevo arreglo que nos trae nerviosos a todos nosotros». ¿Cómo se recordarán estos conciertos en un futuro?, le pregunta una colega a Chucho Valdés. Marsalis y el pianista cubano se miran y coinciden: «Esta visita es histórica».

La Lincoln Center de Nueva Cork

La Orquesta de Jazz del Lincoln Center de Nueva York (OJLC) deleitará al público por cuatro noches en el Teatro Mella. Cada presentación va a ser única, distinta, aseguró este sábado Adrian Ellis, su director ejecutivo.

Aproximadamente 15 músicos de la agrupación estarán en escena. El programa, pensado por Marsalis, Chucho Valdés y Carlos Enrique, acercará a los espectadores, en la primera jornada, a «la historia del big band de Estados Unidos». En la segunda participarán dos formatos pequeños: el de Wynton y el de Chucho. En la tercera estará la Big Band con invitados, y «la última será un concierto dedicado a los niños y jóvenes».

Para Adrian Ellis lo esencial para la OJLC es «asegurar que haya un vital, vibrante y sano futuro para el jazz».

De ahí que su estrategia esté basada en la realización de «conciertos, talleres y competencias de big band para niños; además de difundir el género por los medios de comunicación y enseñar la historia y el significado social de esta música». Es este un precepto que también extiende la agrupación a los países que visita.(JR)